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Decenas de niños murieron en Siria en los últimos días víctimas de...

18 de diciembre de 2013 Por: Marcos Peckel

Decenas de niños murieron en Siria en los últimos días víctimas de indiscriminados ataques con ‘bombas barril’ lanzadas por la aviación de Al Assad sobre población civil en Alepo, o lo que queda de la que fue la capital comercial del país, hoy en ruinas. El hecho ya no genera sino uno que otro titular y absoluta indiferencia en la comunidad internacional. Ni una sola condena, ni declaración, ni resolución, ni mucho menos alguna acción. Nada.Tras los horrores de la segunda guerra mundial la llamada ‘comunidad internacional’ creó una serie de organismos e instituciones, bien intencionadas, comenzando por la ONU, para proteger a la humanidad de atrocidades y genocidios. Al final de la guerra en los tribunales de Núremberg y Tokio se juzgó y condenó a algunos de los culpables, con la idea de sentar un precedente y disuadir a potenciales asesinos de masas. Nacía de esta forma la Justicia Internacional. Sin embargo realmente para poco ha servido. En Ruanda ante los impávidos ojos con Ray Ban incluidos, de los cascos azules y una cómplice indiferencia de la comunidad internacional, 800 mil tutsis fueron asesinados en el lapso de 4 meses a machetazo, unos 5 mil diarios. En Bosnia, Sarajevo y Srebrenica se convirtieron en sinónimo de la barbarie en las entrañas mismas de Europa. En Congo, cinco millones de seres humanos murieron, centenares de miles de mujeres fueron violadas en la guerra que azotó ese país tras la caída del dictador Mobuto. En los campos de la muerte en Camboya, los cráneos de unas 2 millones de víctimas del Kmer Rouge, formaban un macabro paisaje en medio de la verde selva. En Sierra Leona millones quedaron sin pies o manos cuando los grupos en contienda cercenaban las extremidades de sus enemigos y sus familias. Tras estos crímenes vino la consabida ‘rasgadura de vestiduras’ de los encumbrados líderes mundiales aterrorizados frente lo que no pudieron o no quisieron evitar. Si bien es cierto que los tribunales especiales de Justicia creados por el Consejo de Seguridad para Ruanda y la antigua Yugoslavia han logrado llevar a la Justicia a algunos de los responsables, la incapacidad del mundo de evitar guerras de exterminio es tan notoria como deplorable. En 2002 hace su aparición en la burocrática escena de las organizaciones internacionales, la Corte Penal Internacional -CPI-, cuando el Estatuto de Roma que le dio vida fue ratificado por 60 países. Una década después queda su majestuosa edificación en La Haya, sus prestigiosos togados bien remunerados ocupando sus mullidas poltronas, voluminosos tratados de derecho internacional humanitario, ocho procesos contra africanos y a la fecha, absolutamente ningún resultado. Ni punitivo ni disuasivo. Un gran elefante blanco sin dientes, ni colmillos. El presidente de Sudán, Omar Al Bashir, con una orden de captura internacional emitida por la CPI por el genocidio en Darfur, sigue orondo en su cargo y se pasea tranquilo por varios países que lo acogen. Y al genocida sirio, Bashar Al Assad, con más de 100 mil muertos a cuestas, de ellos unos 10 mil niños, 3 millones de refugiados y destrucción generalizada del país, lo único que le preocupa es hacer más eficiente su maquinaria de muerte. Lo protegen la geopolítica y la parálisis de Occidente. La Haya no le quita el sueño. En días recientes en la República Centro Africana se perfilaba otro genocidio, evitado por ahora por la oportuna intervención del Ejército francés. Una honrosa excepción a la regla. ¿Un ejemplo a seguir?