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Guerras religiosas

Tras las falencias y fracasos de los estados en construir modelos de convivencia incluyentes y tolerantes, la humanidad está revirtiendo a las sociedades tribales en que los vínculos religiosos y étnicos son más...

23 de abril de 2019 Por: Marcos Peckel

Tras las falencias y fracasos de los estados en construir modelos de convivencia incluyentes y tolerantes, la humanidad está revirtiendo a las sociedades tribales en que los vínculos religiosos y étnicos son más fuertes que los muchas veces artificiales, con el estado nacional. África, Medio Oriente, Asia, Europa, madre del Estado Nación y del liberalismo y otros países occidentales, son escenario de confrontaciones religiosas de todo tipo, una de cuyas manifestaciones más sangrientas ocurrió en Sri Lanka con los atentados contra iglesias y hoteles, los más letales del mundo después de las torres gemelas, que dejaron un saldo trágico de centenares de muertos y heridos.

Lo de Sri Lanka es apenas el último episodio de una cadena que comenzó algún día en algún lugar y no será el último. En los últimos 12 meses ha habido ataques contra una sinagoga en Pittsburg, una mezquita en Christchurch, Nueva Zelanda, iglesias coptas en Egipto, mezquitas shiitas en Pakistán e innumerables más que no han sido reportados por los medios internacionales. Hace dos años monjes budistas se ensañaron con los musulmanes Rohinga en Myanmar, causando un desplazamiento masivo de más de seiscientos mil a la vecina Bangladesh. Buena parte del Medio Oriente ha sido campo de batalla entre sunitas y shiitas que ha causado decenas de miles de víctimas.

Las ya casi perennes crisis económicas y la desigualdad exacerban la identidad tribal y el nacionalismo como mecanismo de defensa para proteger el ‘territorio propio’, en el que los diferentes son intrusos o huéspedes que se han quedado más de la cuenta, así hayan vivido allí por siglos. En la Europa ilustrada el ascenso de partidos populistas que ondean las banderas del nacionalismo xenófobo, han tenido un crecimiento inusitado en los últimos tiempos, quizás desde la crisis financiera del 2008, quizás desde la irrupción de centenares de miles de refugiados musulmanes de las guerras de oriente medio. Países como Hungría, Eslovaquia y otros prohibieron la entrada de emigrantes musulmanes porque ‘no se compenetran con la cultura cristiana’, la de los ‘dueños del lugar’.

Los asesinos de los feligreses en la sinagoga ‘árbol del vida’ en Pittsburg, Estados Unidos, y las mezquita Al Noor y Linwood, en Nueva Zelanda, parecieran tener la misma motivación: ‘superioridad de la raza blanca’, aquella que tiene ‘incuestionables derechos’ sobre la tierra en la que viven, colonizada hace siglos por ‘blancos europeos’ con una misión divina. Centros de culto de las diferentes religiones se han convertido en el blanco predilecto de fanáticos indoctrinados que matan y mueren en nombre Dios.

En el territorio insular de Sri Lanka, las relaciones entre la minoría musulmana y la mayoría budista fueron armónicas por siglos, sin embargo, en los últimos años, no indiferente al entorno de enfrentamiento que se vive en Myanmar, Tailandia, India o Filipinas, han brotado tensiones y actos de violencia, producto de la ascendencia en la región del sudeste asiático y subcontinente indio de nacionalismos religiosos que rechazan a las minorías ya sea por sus prácticas religiosas, sus símbolos o su mera presencia.

Las omnipresentes redes sociales se han convertido en plataformas de diseminación de odio tribal y con las ‘fake news’, una herramienta para promover venganza y actos violentos. Basta una acusación falsa de que un miembro de una religión violó a una niña de otra para que se desate un infierno como ha ocurrido innumerables veces. Los últimos perpetradores de crímenes religiosos dejaron su huella marcada en las redes.

Hoy en Sri Lanka, mañana en cualquier lugar del mundo.

Sigue en Twitter @marcospeckel