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El poder de la calle

No son los todopoderosos medios, ni las redes sociales, ni los columnistas,...

19 de junio de 2013 Por: Marcos Peckel

No son los todopoderosos medios, ni las redes sociales, ni los columnistas, ni los ‘generadores de opinión’. Es la calle la que pone a temblar a gobiernos, los hace actuar de manera irracional y precipitada, a veces sin medir las consecuencias, en ocasiones empeorando las cosas dando palos de ciego.Las calles y plazas atiborradas de ciudadanos insatisfechos en una poderosa fuerza social, amplificada hoy en día por las redes sociales y las tecnologías de comunicación, que sirven de herramientas multiplicadoras al poder de la calle, que desde tiempos inmemoriales ha tenido profundos efectos en el devenir de la historia. Una veces positivos, otras trágicos.La chispa puede ser cualquiera, pero una vez la hoguera se enciende se alimenta de variados combustibles que hacen crecer sus llamaradas hasta que los gobiernos, en las alturas de sus pedestales, sienten el abrazante calor y sacan los extinguidores a veces insuficientes y casi siempre demasiado tarde. Eventualmente estas hogueras se extinguen y queda por ver lo que a su paso dejaron.En Brasil comenzaron las protestas por alzas en el trasporte público y se transformaron en gigantes manifestaciones por una mejor educación y salud, una sociedad más igualitaria y contra la realización del Mundial y los Olímpicos. El gobierno de Dilma, manifestante de antaño contra la dictadura, se ve impotente y a la defensiva ante el clamor de una protesta social fuera de control. A ceder, negociar y esperar que la marea se calme. Collor de Mello, uno de sus antecesores, fue derrocado en 1992 por manifestaciones contra su gobierno corrupto.Varias de las pancartas portadas por los manifestantes brasileños hacen alusión a Turquía, país igualmente azotado por protestas masivas desde hace semanas, las cuales han desequilibrado al omnipotente primer ministro Erdogán, quien ha recurrido a medidas de fuerza que desenmascaran su talante autoritario. Protestas que van al corazón de la identidad de la república turca, fundada en principios de laicismo y que Erdogán pretende islamizar. Las movilizaciones de los indignados, desde Wall Street hasta Tel Aviv, desde Madrid hasta Atenas concluyeron con variados resultados, sin embargo quedó sembrada la semilla de la protesta callejera como medio para aterrizar gobernantes.La plaza de Tahrir en el Cairo y el boulevard Habib Bourguiba en Túnez se convirtieron en tumbas de dictadores y dieron comienzo a la ‘primavera árabe’, proceso social y político que tardará décadas en decantarse. El presidente sirio Bashar el Assad entendió el poder de la calle y prefirió asesinar a los manifestantes y militarizar el conflicto, en vez de enfrentar las manifestaciones que podrían haberlo sacado del poder. Dos años después su gambito deja 95 mil muertos, el país en ruinas y la región inmersa en una guerra sectaria, pero Assad firme, por ahora en el palacio presidencial. Fuertes simbolismos y narrativas históricas surgen de las protestas callejeras. En sinónimo de sangre se convirtieron: Bogotá, 9 de abril; Budapest, 1956; Praga, 1968; Tiananmen, 1989; Tlatelolco, 1968. Otras representaron el triunfo de la esperanza: naranja en Ucrania y terciopelo en Checoeslovaquia.Lo que de manera magistral ilustró Jose Ortega y Gasset en ‘La rebelión de las masas’ sigue vigente. La calle, ese lugar cotidiano que cuando es ocupado por los ciudadanos se transforma en una poderoso torrente social donde el individuo se pierde en el colectivo, abandona los miedos, sobrevalora su fuerza, se hace íntimo de extraños y se siente invencible. Ni la primera bala lo derrota.