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Dron sobre Latinoamérica

Continuando su recorrido llega al golfo lindo y querido atestado de plataformas petrolíferas y ya en tierra entiende porque tan lejos de Dios y cerca del tío Sam

20 de julio de 2021 Por: Marcos Peckel

Los imponentes paisajes geográficos de este continente que aparecen en la pantalla del dron contrastan con el desolador panorama político de una América que tras doscientos años de independencia sigue buscando su rumbo.

El dron vuela sobre la turbulencia americana manteniendo el equilibrio a duras penas, auscultando el devenir, tratando de encontrarle sentido alguno. Vuela por donde comenzó la independencia de estas naciones, la mitad deforestada de una isla, en la que su presidente fue asesinado en su alcoba por mercenarios venidos de otras tierras, para llevar al poder a quien sabe quién, en esta tierra de nadie en la que su gente ha padecido desde siempre las plagas bíblicas.

Nuestra nave abandona rauda y volando sobre las transparentes aguas del Caribe arriba a la gran isla que en su momento quizás representaba una esperanza, pero que hoy no es más que una prisión dominada por una camarilla que le robó su libertad a millones. Sin embargo, el dron se frota los ojos, no puede creer lo que divisa desde las alturas; decenas de miles de ciudadanos de la Isla se levantan contra la opresión, claman por su libertad. Apenas procesaba las sorprendentes imágenes cuando aparecen los esbirros del régimen a reprimir ese halo de esperanza.

Continuando su recorrido llega al golfo lindo y querido atestado de plataformas petrolíferas y ya en tierra entiende porque tan lejos de Dios y cerca del tío Sam. Desde las alturas resuenan las notas de los inmortales mariachis mezcladas con los corridos del narco y las balas de la guerra contra unos carteles que llevan vicio al otro lado de la frontera.
La gran nación, ancla norteña de la América española, cuyo progreso industrial y económico al igual que su institucionalidad, es notable a los ojos del dron, a pesar de los vientos cruzados que la acechan. La nave se encamina al sur, no pierde tiempo en el triángulo norte de Centroamérica, tierra sin esperanza desde que los mayas y otras culturas nativas fueran exterminadas.

Arriba a la esquina del sur del continente, tierra bendecida con todas las riquezas, bañado por los dos océanos, que ha gozado de dos siglos de estabilidad constitucional y económica, que ha progresado a pesar de los obstáculos que algunos de sus hijos han puesto en su camino. El dron se percata de la existencia de territorios controlados por bandas criminales, revisa su memoria y descubre que siempre ha sido así. En sus últimos minutos de vuelo, observa banderas al revés, se rasca la cabeza y continúa su vuelo. Quiso dirigirse al Este, pero en la tierra de Bolívar dominada por una caterva criminal no hay ni gasolina en caso de que necesitara por lo que enfila hacia el Sur, a la cuna de otro gran imperio destruido por los ‘adelantados’.

Sobrevolando esos cielos se preguntó el dron si lo que dijo alguna vez un huraño político inglés que “la democracia es el peor de los sistemas políticos exceptuando todos los demás”, tenía aún asidero. Tener que sufragar por ‘la hija’ o ‘el comi’, ganador a la postre, fue un ejercicio en autoflagelación. Y lo que viene.

El dron iba camino hacia el gigante del continente, el que siempre ha sido y será el país del futuro, la gran potencia que nunca fue, pero había demasiado covid y prefirió abstenerse. En su incompleto recorrido faltaba el irresistible paradigma de la disfuncionalidad política, nacida de un general a mediados del Siglo XX y criada con esteroides por sus sucesores. No se decepcionó, che, tal cual.

Siguió a la Antártida y aterrizó. Encontró la paz.
Sigue en Twitter @marcospeckel