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Apocalipsis en Mesopotamia

Mesopotamia, su nombre evoca grandeza y esplendor, cuna de la civilización...

22 de mayo de 2013 Por: Marcos Peckel

Mesopotamia, su nombre evoca grandeza y esplendor, cuna de la civilización occidental, bañada por los míticos ríos Tigris y Éufrates, en cuyas planicies nacían el monoteísmo y la escritura, tierra de Ur, Nínive, Babilonia, de los jardines colgantes y de grandes imperios y donde hace unos 4 mil años el primer código de leyes era promulgado.Imperios; babilonios, hititas, sumerios, asirios, que desplazaron uno al otro, que arrasaron uno con el otro, que pasaron por la historia dejando huella mas no herencia, en una bendecida región del planeta, por su agua, por sus fértiles tierras en medio de una región desértica, por las mentes brillantes que ahí se gestaron y en tiempos más recientes por el petróleo que terminó quizás convirtiéndose más en una maldición que saca a flote los peores demonios de la civilización humana.Hoy Mesopotamia se hunde en un baño de sangre en medio de guerras sectarias, étnicas y religiosas, destrucción por doquier, una barbarie desatada por el hombre contra el hombre, el colapso del orden social, el final de los tiempos.La génesis de este apocalipsis se ubica a comienzos del Siglo XX cuando unos enjutos señores, Mark Sykes y George Picot, representando a sus respectivas cancillerías, armados de transportador, regla y compás repartían estas tierras entre Inglaterra y Francia, trazando las fronteras por donde sus intereses les indicaban. Así surgían los estados nación en Mesopotamia; Iraq, Siria y Líbano. Iraq, en cuyo territorio fueron acomodados kurdos, sunitas y shiítas fue inicialmente una monarquía de extranjeros antes de pasar a ser controlada a sangre y fuego por el régimen despótico de Sadam Hussein quien gobernando a nombre de la minoría sunita cometió todas las atrocidades necesarias para mantenerse en el poder. Removido Hussein por las tropas americanas, explota el país en una guerra sin tregua entre sus componentes étnico-religiosos. En la vecina Siria la primavera árabe comenzaba con unas pacíficas manifestaciones de padres de familia en la pequeña localidad de Dera, reprimida a bala por Bashar al Assad, heredero del trono que por 30 años y hasta su muerte había ocupado su padre Hafiz. Lo que ocurre hoy en Siria se pensaba que no podía ocurrir en estos tiempos de justicia internacional, corte penal, Twitter y derechos humanos. Un genocidio llevado a cabo de manera brutal y salvaje por parte del régimen alauita-shiíta de Assad con la ayuda de la milicia shiíta libanesa Hezbollah y el gobierno de Irán. Más de 80 mil muertos, ciudades en ruinas, herencia histórica destruida, millones de refugiados y niñas entre 13 y 16 años vendidas por mil dólares a hombres sauditas mayores para ‘matrimonio’. El Apocalipsis.Todo esto pocos años después que la comunidad internacional se rasgara las vestiduras por no haber actuado a tiempo en Ruanda y en Srebrenica. Demasiados cálculos geopolíticos para justificar una inacción que bordea en lo criminal, mientras los sirios siguen siendo sacrificados impune y masivamente sin que realmente a nadie le importe. Lo peor de esta infame historia es que Assad podría salirse con la suya y mantenerse en el poder sobre las ruinas de su nación. Su brillante estrategia de exacerbar el conflicto sectario entre sunitas y shiítas le está dando réditos y el paraguas diplomático que sobre él han extendido Rusia y China le da el oxígeno suficiente para seguir matando con la tranquilidad de que nada podría pasarle. Arde Mesopotamia, la del código de Hammurabi, ojo por ojo, diente por diente, llevado hoy a la práctica de manera implacable en esas tierras de Dios.