Qué pasó el diecisiete
Diecinueve millones de personas salieron el domingo pasado a votar, demostrando que los colombianos tienen conciencia sobre el valor de la democracia. Lo que sigue en los próximos cuatro años es saber si los ganadores tienen claro el mandato que les dejaron los votantes.
Muchos de los analistas acostumbrados a predecir desastres anticiparon un crecimiento de la abstención que nunca se produjo. Y movidos por la necesidad de desconocer la validez de la decisión tomada por diez millones largos que eligieron al joven Iván Duque, quisieron dar a entender que la derecha recalcitrante le ganó a una izquierda ‘humana’ de ocho millones de ciudadanos.
Pues no hay tal. No todos los diez millones son de esa calaña con la que pretenden estigmatizar a quienes prefirieron defender las libertades, ni les interesa la guerra. Son personas del común, que ya no piensan en los partidos anacrónicos en manos de dirigentes que ya deberían hacer uso del buen retiro, si no fuera por sus intereses personales y familiares.
Son colombianos de bien que prefirieron el orden al salto al vacío que ofrecía un personaje conocido por sus malas ejecutorias. Es gente que incluso rechaza la corrupción y el clientelismo, combustibles de la política tradicional que se pegó de Duque como tabla de salvación y le dio su respaldo al candidato del Centro Democrático cuando se hundieron los suyos.
Y al otro lado estuvieron ocho millones que no son de esa izquierda populista y soberbia que encarna Gustavo Petro. No son del Eme, ni del Polo, ni de ese nuevo clientelismo encabezado por Jorge Iván Ospina quien traicionó a Fajardo y aprovecha la inconformidad que brota en Colombia ante las desigualdades, la ausencia del Estado y la corrupción en sus múltiples formas de las cuales también se beneficia.
Quedó claro que la inmensa mayoría de los votantes por Petro expresaron su rechazo a la podredumbre que afecta a las instituciones, y muchos, entre otros los dos millones quinientos mil que subió el candidato en la segunda vuelta, rechazaron los respaldos a Duque de Gaviria, de los de la U, de los de ese partido moribundo que manosea el directorio de Andrade y compañía, derrotado desde hace cuatro años por Marta Lucía Ramírez.
Y de nuevo hubo una gran frustración de quienes no tienen partido, odian los extremos y sufrieron una decepción primero con Mockus y luego con Fajardo. Esos millones de votantes siguen siendo mejores que sus candidatos, quienes no parecen entender qué significa simbolizar la esperanza.
En cuanto a Petro, es claro que los ocho millones de votos no son de él como lo dio a entender en su discurso arrogante. Él no es el jefe ni de la izquierda, fraccionada en mil pedazos por los personalismos, aunque se prepara para producir movilizaciones de las que es experto.
Así, lo que sigue para el nuevo Presidente es interpretar el mandato de quienes lo eligieron y el mensaje de quienes votaron por el populismo y la protesta. La mayoría votó por Duque como respaldo a la democracia más no a los extremismos ni a la continuidad de la mermelada. Él tendrá que encabezar el cambio para fortalecer esa democracia.
Es eso o la caída al vacío que se produce cuando no se escucha a los votantes. Entonces, la democracia pierde su legitimidad debido al abuso de los políticos y cualquier cosa puede suceder. Acuérdense cómo se tomaron Hugo Chávez y su banda el poder en Venezuela.
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