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La inconciencia

No sé qué nos pasa a los vallecaucanos y a los caleños con nuestro medio ambiente. O mejor, sí: al parecer, los que aquí nacimos y nos criamos no estamos conformes con la belleza y la riqueza que nos rodea y el objetivo es destruirlas.

15 de septiembre de 2019 Por: Vicky Perea García

No sé qué nos pasa a los vallecaucanos y a los caleños con nuestro medio ambiente. O mejor, sí: al parecer, los que aquí nacimos y nos criamos no estamos conformes con la belleza y la riqueza que nos rodea y el objetivo es destruirlas.

Cali tiene siete ríos. ¡Siete! En ellos aprendimos muchos de los mayores lo que es la vida, lo que es la naturaleza, lo que es compartir en familia un paseo de olla, conocimos la flora más exuberante, comimos las frutas más exóticas, tuvimos contacto con la más sorprendente variedad de animales y respiramos el aire más puro.

Y aprendimos a escalar nuestras montañas, a veranear con un cambio de más de diez grados centígrados de temperatura a diez minutos del centro de la ciudad. Y teníamos las cordilleras hacia el norte, donde en menos de una hora estábamos en medio de cafetales, o a una hora en medio de la selva húmeda y el Océano Pacífico.

Teníamos. Ahora, después de ver el estado al cual ha llegado la loma de Cristo Rey, los pavorosos incendios que arrasan con Dapa, las invasiones en la carretera al mar, las llamaradas en las montañas del Cerrito, por nombrar unas pocas zonas, dan ganas de llorar. Miles de hectáreas arrasadas por incendios durante años, causados en muchas ocasiones por invasores profesionales o por enfermos mentales que se satisfacen destruyendo o por criminales de la peor estirpe.

Y qué decir de los siete ríos, cloacas que agonizan ante la impotencia de las autoridades. Convertidos en vehículos nauseabundos en los que desfila la miseria humana porque no hay forma de educar a la gente para que los proteja, mientras la solución que nos proponen es construir más plantas de tratamiento residual, las Ptar que de no sirven para detener la destrucción.

Ver el incendio del pasado martes en Cristo Rey debería conmover el alma de quienes viven en esta ciudad. Una montaña completa ardiendo y luego calcinada, el Zoológico, uno de nuestros orgullos, amenazado. La gente del Mameyal huyendo despavorida y los bomberos superados por el descomunal tamaño de la conflagración.

Impotencia ante la destrucción. Como les ocurre a quienes viven en Dapa, un paraíso a menos de diez minutos de este infierno de treinta y cinco grados y más en el que se nos ha convertido el Valle entre junio y octubre. Como padecen los habitantes de Vijes, de Cerrito. Incendios y ríos secos, contaminados hasta la muerte como el Cauca, o como le está ocurriendo al Pance donde la sobrepoblación tolerada por las autoridades están convirtiendo en tugurio, costoso pero al fin tugurio, lo que debería ser el mejor homenaje a la naturaleza privilegiada que una vez nos rodeó.

Y tristeza por no tener ya a donde ir de aventura, dónde buscar las frutas que tuvimos, dónde hacer el sancocho que reunía la familia. Ahora es ver los incendios que arrasan a Dapa, es padecer los hedores de los ríos, es presenciar impotentes cómo nos roban el verde de Cristo Rey, cómo invaden sin misericordia el cerro de las Tres Cruces y la estremecedora incapacidad de las autoridades para detener la barbaridad que se comete en Bataclán o en Golondrinas.

Es la depredación que nos deja sin agua, sin aire, sin espacio, sin paisaje y con multutudes de personas que llegan de en busca de un bienestar que ya no existe. Es la inconsciencia de quemar nuestras montañas y acabar nuestros ríos, de destruir nuestra naturaleza, lo que hemos sido, donde aprendimos a ser caleños y vallecaucanos.

Sigue en Twitter @LuguireG