El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

¿Primavera saudí?

El título de esta columna es una pregunta preocupante y alarmante por varios motivos. Primero porque en materia de política en el Medio Oriente la palabra ‘primavera’ asusta y ya no evoca lo que se entiende por reformas democráticas y cambios sociales

16 de noviembre de 2017 Por: Liliane de Levy

El título de esta columna es una pregunta preocupante y alarmante por varios motivos. Primero porque en materia de política en el Medio Oriente la palabra ‘primavera’ asusta y ya no evoca lo que se entiende por reformas democráticas y cambios sociales. La región pasó por varias ‘primaveras’ que ingenuamente aplaudimos en un principio y resultaron catastróficas. Todas desembocaron en caos, más pobreza, más dictadura e incluso genocidio.

Como se recuerda el movimiento comenzó en Tunisia el 17 de diciembre del 2010 cuando el joven vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se inmoló porque la Policía le confisco su mercancía. El pueblo salió a protestar contra el desempleo, la revolución se amplió y obligó al dictador tunecino Ben Ali a huir del país. Luego se trasladó a países vecinos y a su paso arrasó a dictadores malévolos como Sadam Hussein en Irak, Mubarak en Egipto, Gaddafi en Libia y desde hace más de cinco años lucha contra Bashar el Assad en Siria, dejando a los países afectados en la ruina, la desesperación total con centenares de miles de muertos y heridos y en manos de gobiernos más sanguinarios que antes. Y (¡ojo!) el trágico surgimiento de Isis. Definitivamente ‘primavera’ en política no es un buen presagio en el Medio Oriente.

Sin embargo las medidas supuestamente anticorrupción y a favor de la mujer que se han registrado últimamente en Arabia Saudita bajo el mando del joven príncipe heredero al trono Mohamed Ben Salman (32 años y designado a dedo por su padre el rey Salman) se proyectan como primaverales y democráticas. El príncipe dice que quiere reformar al país, sacarlo de su atraso, emancipar a la mujer, encarcelar a los corruptos e innovar en economía para no quedar eternamente dependiente del petróleo que puede fallar.

Muchos le creen, aplauden y se regocijan. Pero muchos otros dudan de tan buenas intenciones. Las consideran parte de un plan mayor de gobierno que se divide en dos partes: en el interior neutralizar obstáculos y competidores en el poder absoluto que le corresponde; en el exterior, en calidad de líder mundial del Islam sunita, enfrentar el desafío musulmán chiíta que representa Irán, un país que se esta imponiendo en el mundo árabe.

En efecto hoy en día Teherán interfiere e influye fuertemente en Iraq, Líbano, Siria, Yemen, con ambiciones hegemónicas que nadie logra frenar, ayudadas por Rusia, experto en pescar en aguas turbias para regresar con plenos derechos en el Medio Oriente. El enfrentamiento Arabia Saudita / Irán es por lo tanto eminentemente de poder religioso, de sunitas versus chiítas. Cabe señalar que la corriente sunita es ampliamente mayoritaria (86%) en el mundo musulmán , pero aun así los chiítas, liderados por Irán, cuentan con fervorosos aliados en varios países árabes. Es más en el Líbano dominan a través del organizmo chiíta Hezbollah, un partido político con brazo armado, dotado de un ejército poderoso y alimentado por Irán y que, aunque tildado de terrorista en Europa y Estados Unidos, integra la coalición de gobierno en Beirut e influye sobre todas sus decisiones.

Contra esta influencia chiíta el príncipe saudita Mohamed Ben Salman quiso comenzar su enfrentamiento contra Irán, alentando (quizás obligando) al primer ministro libanés Saad el Hariri a dimitir de su cargo, en plena visita en Riad, por supuestos motivos de seguridad por su vida y la necesidad de acusar abiertamente a Hezbollah y su patrocinador iraní de querer ‘destruir’ al Líbano. Lo respaldan en su denuncia Arabia Saudita, Jordania, Egipto y, de lejos, Estados Unidos e Israel que no perdona a Teherán ni a Hezbollah de jurar borrarlo del mapa. Un alarmante y violento ambiente obliga a pensar en guerra.