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No hubo fiesta

El miércoles por la mañana recibí llamadas telefónicas de amigos y parientes residentes en el extranjero felicitándome porque el día anterior, martes, en Colombia se registró el desarme público de los combatientes de las Farc.

29 de junio de 2017 Por: Liliane de Levy

El miércoles por la mañana recibí llamadas telefónicas de amigos y parientes residentes en el extranjero felicitándome porque el día anterior, martes, en Colombia se registró el desarme público de los combatientes de las Farc. Leyeron la noticia en sus diarios y pensaron que me encontrarían bailando y festejando.

Obviamente los sorprendí cuando les conté que aquí no había pasado nada y que la noticia del desarme no había provocado el estallido de júbilo que imaginaban. Al contrario fue recibida con indiferencia y mucho escepticismo. Y por lo tanto nadie bailó ni festejó.

En efecto, se supone que el martes pasado Colombia vivió un momento histórico: las Farc entregaron las armas en una sencilla ceremonia, en el pueblo de Mesetas en el Meta, en cumplimiento del Acuerdo de Paz con el Gobierno, oficializando así el fin de una guerra larga y dolorosa de más de 50 años. Una guerra que cobró miles de vidas, desplazó a miles de personas, causó el secuestro de miles de ciudadanos e infligió enormes sufrimientos en todo el país. Su terminación se percibe como un logro impresionante, un milagro. Así lo destacaron los medios en todo el mundo. Este mismo diario le dedica varias páginas analizando sus propósitos y posible efectos.

Sin embargo, la sociedad colombiana registró el momento de la entrega con asombrosa frialdad e indiferencia. No hubo manifestaciones públicas de júbilo ni fiestas, ni pitos de carros para celebrar, ni conciertos, ni desfiles escolares, ni canciones... nada de lo que suele suceder aún cuando se gana un partido de fútbol o se elige una reina de belleza. Y es extraño porque aquí a la gente le gusta festejar y vitorear ruidosamente los logros nacionales.

Uno se pregunta, ¿por qué los colombianos no festejaron la ceremonia de entrega de armas de la guerrilla? ¿Por qué se quedaron mudos, quietos e indiferentes cuando siete mil combatientes de las Farc se despojaron de sus armas y se comprometieron a respetar los términos del Acuerdo de Paz? ¿Cómo explicar el misterio? Es también lo que se pregunta la periodista Juanita León en un acertado artículo en el New York Times en español. Ella alega entre otras cosas que “el pueblo colombiano es un pueblo digno que tras ser maltratado por la guerrilla durante años no está dispuesto a concederles altos niveles de impunidad a sus líderes a cambio de dejar las armas”.

También explica que “después de 8 años del gobierno de mano dura de Álvaro Uribe y que la guerrilla fue fuertemente golpeada (...) el Acuerdo de Paz de Santos es visto como el ‘regreso’ de la guerrilla y no el final.”
Y agrega que la guerrilla debió negociar la Paz en condiciones de inferioridad y no de igualdad con el gobierno colombiano como sucedió en La Habana.

A estos argumentos se suman los temores de que la guerrilla, incrustada en el seno de un futuro gobierno, se vuelva una réplica de la triste experiencia venezolana a donde el castrochavismo se apoderó del poder y convirtió a uno de los países más ricos del mundo, en uno de los más pobres y desesperados.

Lo grave en todo esto es que el presidente Santos no es carismático y su gestión presidencial acusa un bajísimo nivel de aprobación. Y aunque en esta tarea de la paz desplegó esfuerzos mayores y hábilmente consiguió derribar serios obstáculos para llegar a un acuerdo le tocará ahora esforzarse aún más para convencer a los escépticos colombianos de su validez y bondad.