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La pandemia se vive de manera dolorosa y -según el momento- saca lo mejor o peor de nosotros.

28 de mayo de 2020 Por: Liliane de Levy

La pandemia se vive de manera dolorosa y -según el momento- saca lo mejor o peor de nosotros. Las dificultades pueden estimular la solidaridad porque la unión hace la fuerza. Pero también exacerbar y desesperar y caer en necedades tontas y peligrosas. Como por ejemplo lo de organizar concurridas e ilegales rumbas, sin protección adecuada y que no podemos considerar ‘esenciales’ y tolerar en momentos de aguda emergencia sanitaria. ¿Por qué tanta indisciplina y tanto desafío? ¿Por qué hacerles la vida aún más complicada a quienes hacen lo posible para protegernos y salvar vidas? No hay explicaciones ni excusas válidas.

Pienso lo mismo de aquellos que insisten en no usar el tapaboca ya al alcance de todo el mundo y -que según nos aseguran las autoridades médicas competentes- sirve como poderoso protector del contagio para las personas que nos rodean y pueden ser portadores del virus sin saberlo; en muchos casos la enfermedad resulta asintomática. Por eso, el tapaboca toca usarlo y sin falta cada vez que nos exponemos a un acercamiento con gente en la calle, los supermercados y quizás en todas partes. Sin embargo, a pesar de insistentes y comprobadas recomendaciones, hay quienes se niegan a hacerlo; dicen que fastidia o por simple rebeldía (sin causa) creen que su imposición atenta contra su libertad. Es supuestamente antidemocrático. El mismo presidente Donald Trump no lo usa y ostentosamente se niega a hacerlo, dando el peor ejemplo de indisciplina que un líder de su calibre puede dar.

Un mensaje que circula en las redes sociales y que probablemente los afiliados a Facebook ya lo notaron hace una excelente pregunta (en inglés) cuya respuesta nos ayudaría (quizás) a comprender tan necio comportamiento. Dice así: “Nos parece bien y lo acatamos cuando nos piden usar el chaleco salvavidas en un barco, el casco para montar en motos, las gafas de sol, el cinturón de seguridad en el carro, los tapones para oídos o crema antisolar. Todo lo que sea, para protegernos. Pero cuando nos piden usar el tapaboca para proteger a los demás, ¡nos sentimos abusados e insultados!”. ¿Por qué nos complicamos tanto en un momento que de por sí se volvió tan complicado? Es una necedad.

Otra necedad que también confunde se da a nivel internacional y (otra vez) proviene de China; como si no bastara cuando este inmenso y poderoso país nos ‘obsequió’ el asesino virus, camufló sus orígenes y castigó a sus mismos médicos que nos quisieron alertar sobre su peligrosidad. Ahora nos somete a otro problema relacionado con el coronavirus y en defensa de sus intereses políticos. Se trata de las presiones que Pekín ejerce sobre la Organización Mundial de la Salud y su director, el etíope Tedros Adhanom G., para negarle a Taiwán un modesto puesto de observador en la última asamblea anual de la OMS, puesto que ocupó entre 2009 y 2016 por sus experiencias en el manejo de epidemias e infecciones. Argumentando que China es una sola, que Taiwán le pertenece y por lo tanto no existe como país independiente. Y tampoco puede existir para el resto del mundo.

Pero resulta que frente al Covid-19 el pequeño y democrático Taiwán tuvo el mejor manejo del mundo, al darse cuenta desde finales de diciembre de su peligrosidad y alertar -sin ser atendido- a la OMS. Luego tomó a tiempo las medidas sanitarias logrando que con una población de 24 millones no tenga sino 440 casos de contagio y siete fallecidos. De modo que su presencia en la asamblea de la OMS de este año se imponía para transmitir su sabiduría en materia de pandemia, pero Pekín se opuso y la OMS obedeció. Y todos perdimos, por necedad.