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Los Juegos de Putin

El mundo está viviendo en directo los Juegos Olímpicos de Invierno...

14 de febrero de 2014 Por: Liliane de Levy

El mundo está viviendo en directo los Juegos Olímpicos de Invierno que se llevan a cabo en la ciudad rusa de Sochi. Un espectáculo maravilloso. Sin embargo, resulta difícil negar el malestar que nos embarga al recordar realidades que oculta. Realidades que parecen servir a intereses ajenos al espíritu deportivo propio a las Olimpiadas y resultan esencialmente políticas. Los Juegos en Sochi se proyectan como los Juegos de Vladimir Putin, el líder que controla a Rusia desde hace 14 años y se ha mantenido en el poder por medio de violaciones flagrantes a las leyes electorales del país. Vladimir Putin sentado en su palco y admirando los juegos semeja un emperador muy seguro de sí mismo que está probando al mundo y a su país que él lo puede todo y nunca da su brazo a torcer. Que gracias a él Rusia luce pacificada, próspera e indispensable en la escena internacional. La elección de Putin por The Times de Gran Bretaña como ‘El hombre internacional del año’ y su nominación como ‘Hombre del Año’ en la revista norteamericana Time confirman que logró su cometido y que el mundo sin él no puede existir. Acaso no impuso su voluntad alineándose con Bashar el Asad en Siria, con Irán, con Snowden, con los militares en Egipto que ahora buscan su ayuda y se distancian de Estados Unidos, con Ucrania separada de Europa y bajo su dominio... Y los Juegos de Sochi vienen a afianzar sus triunfos en más aspectos. Putin no ahorró esfuerzos para asegurar su éxito y así enviar el mensaje preciso de su óptimo liderazgo del país. Para comenzar la escogencia de Sochi como sede de los Juegos es un evidente desafío. En efecto Sochi colinda con la zona del Cáucaso que vive una situación de guerra perpetua desde 1995 cuando los chechenos musulmanes se volvieron separatistas y quisieron crear un Estado musulmán. Sochi se encuentra en esta región de alto riesgo terrorista que Putin combatió de manera brutal desde que sucedió al muy blando Boris Yeltsin. Consiguió controlar la situación aunque en estos momentos los Juegos están amenazados, a pesar de las draconianas medidas de seguridad desplegadas por el gobierno. En el mano a mano entre Putin y los chechenos islamistas corren peligro tanto deportistas como espectadores; esperemos que nada grave suceda. Por otra parte Sochi no tenía la más mínima infraestructura deportiva para los Juegos y Putin gastó mas de 52 mil millones de dólares (más de lo que se gastó en China en los Juegos de Beijin) para construirlas pese a que Rusia no nada en la opulencia y tiene necesidades apremiantes en sectores muy pobres del país. Por lo tanto el gasto se ve cuestionado y se atribuye a la arrogancia de Putin en el manejo de recursos que utiliza a su antojo. Arrogancia que define su carácter despótico: tiene a los medios independientes amordazados, a los disidentes encarcelados, a las organizaciones no gubernamentales limitadas en sus actividades... Y pese a algunas liberaciones vistosas de disidentes y críticos en vísperas de los Juegos la política de opresión sigue vigente. Pero para los defensores de los Derechos Humanos todo eso palidece ante la persecución abierta a homosexuales que Rusia veta y castiga sin compasión. En momentos en que el mundo civilizado les reconoce derechos plenos Putin, el ‘macho’ apoya una legislación controvertida que veta toda “propaganda gay” entre los menores. En otras palabras persigue a ciudadanos no por lo que hacen sino por lo que son, una discriminación odiosa que semeja al racismo nazi que se filtró en las Olimpiadas de Hitler en 1936. Voces valientes denuncian el atropello, pero el mundo, deslumbrado por el esplendor de los Juegos, no escucha. La historia se repite. ¡Y eso es terrible!