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Lágrimas y políticas

A finales de los años 70, el muy sabio doctor Felipe...

15 de enero de 2016 Por: Liliane de Levy

A finales de los años 70, el muy sabio doctor Felipe Lleras C. se desempeñaba como director del periódico El Pueblo y me daba consejos sobre la manera de evaluar a los políticos. Lo hacía con un gran sentido del humor y (algo de) cinismo. Me decía -entre otros- que nunca le creyera a un político que llora en medio de un discurso ya que en política todo está calculado, sopesado y estudiado de antemano para servir una causa específica que beneficiará a su autor. Con eso en mente vi llorar al presidente Barack Obama hace pocos días y, a pesar de las recomendaciones del doctor Lleras, me conmovió sobremanera. Lo hizo hablando de la urgente necesidad de frenar la ola de violencia que afecta a los norteamericanos por culpa de la facilidad que tienen de comprar armas sin los chequeos adecuados. Y al recordar una de las más trágicas matanzas de los últimos años lloró al referirse a la masacre perpetrada en el año 2012 contra una escuela elemental en la cual murieron 6 maestros y 20 niños en Newton (Conn.). “Cada vez que pienso en estos niños me da rabia”, dijo Obama, limpiando su cara bañada de lágrimas. Sin embargo, a raíz de su llanto surgieron comentarios escépticos sobre lo ocurrido. Uno parodió “...Y el Óscar de este año para el mejor llanto fingido va para... ¡Barack Obama!”. Otro calificó las lágrimas derramadas de “lágrimas de cocodrilo”. Otro preguntó por qué Obama no lloró en múltiples otras circunstancias, igualmente trágicas, como la matanza en un centro de salud en San Bernardino (Ca.). Otro, ironizando, pidió investigar si le colocaron cebolla cruda en la tarima. Otro consideró las lágrimas de Obama “fascistas”, provocadas por una misteriosa sustancia que hace llorar. El colmo.Pero lo cierto es que ya poca gente cree en la sinceridad de los políticos. Tienen la mala fama de mentir, engañar, manipular y hoy en día sus más prominentes representantes no inspiran confianza. Basta ver el abanico de candidatos presidenciales en Estados Unidos para darse cuenta de la enorme pobreza política en la única superpotencia del planeta; el país que decide de la vida o muerte de todos nosotros.Además ya vimos a políticos manipulándonos con sus lloriqueos. Y la lista es larga. Se cuenta que el mismo Abraham Lincoln se servía de unas cuantas lágrimas para proyectarse como dedicado, cansado y emocionado. Entre los tramposos más recientes encontramos al primer ministro italiano Silvio Berlusconi, quien lloró en Roma frente a una multitud de seguidores que protestaba contra quienes lo acusaban de evadir impuestos. Vladimir Putin derramó copiosas lágrimas en un discurso de promoción personal en Moscú. En un video muy revelador -lo podemos ver en Youtube- Bill Clinton fue filmado en 1996 durante el entierro del afroamericano Ron Brown (un miembro de su gabinete) muerto en un sospechoso accidente de avión en Croacia; el video muestra a Bill Clinton riendo a carcajadas con sus guardaespaldas cuando de repente ve una cámara enfocándolo entonces baja la cabeza, hace una mueca de dolor y comienza a llorar y a limpiar ostentosamente sus lágrimas. A pesar de lo observado y a sabiendas que los políticos son expertos para dominar sus emociones no se debe generalizar ni olvidar que también son de carne y huesos, capaces de sentir, sufrir y llorar. Y más aún en Estados Unidos confrontados a aquel flagelo de la proliferación de armas en manos de desquiciados, prontos a expresar sus frustraciones y vicios de manera violenta contra indefensos ciudadanos. Incluyendo a niños y maestros de escuelas. Para llorar.