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El mejor enemigo

A ratos, en política, un buen enemigo vale más que un buen...

26 de agosto de 2016 Por: Liliane de Levy

A ratos, en política, un buen enemigo vale más que un buen amigo. Se puede utilizar para manipular a la opinión; mostrar fuerza o debilidad según el interés, aparecer como valiente vencedor o víctima de sus maldades, etc. El pasado 15 de julio en Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdogan no desaprovechó la oportunidad de un golpe de Estado fallido en su contra para atribuirlo plenamente -y sin mayores pruebas- a su enemigo político Fethulla Gullen, refugiado en Estados Unidos desde el año 1999. Avisado muy a tiempo mientras pasaba el fin de semana en la estación balnearia de Marmaris, (se dice que Rusia ayudó) Erdogan lanzó un llamado a las 85 mil mezquitas del país para que se movilicen a su favor y en contra de Gullen; y lo hicieron. Luego, al día siguiente del fallido golpe, Erdogan inició una limpieza en profundidad de todos sus detractores. Se calcula que en dicha operación más de 50 mil personas fueron arrestadas y más de 6.000 siguen detenidas; se cerraron alrededor de 4 mil fundaciones, hospitales, centros educativos, asociaciones, medios de comunicación, sindicatos y empresas; más de 6 mil funcionarios públicos -con un gran número de miembros de las fuerzas armadas y de seguridad- fueron destituidos. Todos por una supuesta adhesión al movimiento ‘Hizmet’ de Fethulah Gullen. Otras 80 mil personas, igualmente sospechosas de alguna simpatía por el tal movimiento, fueron suspendidas de sus trabajos e investigadas. La masiva purga venía aparentemente preparada ya que las listas de acusados salió a relucir al día siguiente mismo del golpe, como si la hubieran elaborado antes de que sucediera. Y resultó una oportunidad única para que Erdogan retomara el control de un país cuyo gobierno venía cuestionado y debilitado.Sin embargo, Ergodan y Gullen fueron grandes aliados en el pasado con su visión de una Turquía islamizada y liberada del legado laico de Mustafa Kemal Ataturk -quien contribuyó a sacarla a flote del desastre de la derrota otomana en 1918-. Convencidos que un país poblado en un 99% por musulmanes debe ser islamista, los dos trabajaron tomados de la mano en la tarea de desplazar a los kemalistas de las capas del poder. Su propósito común difiere sobre la manera de llevarlo a cabo. Gullen, llamado ‘Imam’ por sus seguidores predica una estrategia opaca, secreta, apolítica, moderna y moderada, elitista, con un papel importante para la educación y la formación de una ‘generación dorada’ capaz de infiltrar la sociedad y tomar las riendas del poder, sin violencia. Erdogan prefiere actuar abiertamente, implicarse en política y conquistar el poder por las urnas; siempre apoyado por las mezquitas. Logró su propósito y, en un principio, Gullen lo ayudó. La confrontación surgió tras tres incidentes claves: en el año 2010 los dos hombres se enfrentaron en torno a la flotilla Mavi Marmara que quiso forzar el cerco israelí hacia Gaza y 10 turcos murieron: Erdogan rompió relaciones con Israel; Gullen opinó que Turquía debía consultar con Israel antes de lanzarse en tan riesgosa aventura. El otro incidente ocurrió cuando Gullen se enteró que Erdogan negociaba en secreto con los kurdos, considerados enemigos acérrimos de todos los islamistas. Y la tercera fue cuando jueces y otros funcionarios gullenistas delataron acciones corruptas en las filas del partido PKK de Erdogan, involucrando a familiares y cercanos del presidente. Desde entonces Erdogan llama a Gullen ‘terrorista’, lo responsabiliza del golpe en su contra y exige su extradición de Estados Unidos para juzgarlo en Turquía. Entretanto aprovecha las circunstancias para eliminar a todos sus enemigos o simples críticos y erigirse como ‘hombre providencial’ dispuesto a quedarse por largo tiempo -quizás siempre- en el poder de una democracia turca diseñada a su antojo.