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¿Dictadores añorados?

“De qué sirvió la diabolización de Bashar el Assad en...

19 de junio de 2015 Por: Liliane de Levy

“De qué sirvió la diabolización de Bashar el Assad en Siria”, se pregunta un analista en el diario francés ‘Le Figaro’. Una pregunta tan políticamente incorrecta habría suscitado indignación hace un año; hoy suena legítima, tema de discusión. El avance del Estado Islámico (o Daesh en árabe) en tierras iraquíes y sirias, con su sello de violencias extremas -matanzas masivas de ‘infieles’, es decir de no-musulmanes, druzos, kurdos y cristianos, crucificaciones, decapitaciones, robos, maltratos a las mujeres, destrucción de tesoros arqueólogos milenarios- puso al mundo occidental a pensar que cometió un gravísimo error en ayudar a combatir a los dictadores que durante décadas manejaron con mano de hierro a Iraq, Libia y Siria ya que, sin su forma desalmada de gobernar, se instaló el caos y la violencia en sus respectivos países. Pero con pretextos moralizadores y muchos intereses creados los occidentales decidieron expulsar a Sadam Hussein de Iraq, Muammar el Khadaffi de Libia y Bashar el Assad de Siria (está a punto de caer). Su idea de cambiar la dictadura por una democracia occidental generadora de progreso, justicia y libertad, fracasó rotundamente. Es más: se tradujo en desastre humano y material de enorme magnitud, confirmando, hasta qué punto los occidentales nunca entendieron las sensibilidades religiosas e ideológicas de los países musulmanes del Medio Oriente. Nadie niega que los sátrapas caídos (o a punto de caer) hicieron mucho daño a sus pueblos y merecen los peores castigos. Pero nadie imaginó que su caída provocaría semejante desmembramiento de sus Estados, construidos artificialmente y con poblaciones tribales que no se quieren, rivalizan entre sí y por lo tanto, solo un gobierno dictatorial los puede obligar a mantenerse unidos bajo la misma bandera. Al eliminar al dictador volvieron a surgir sus diferencias, sus odios milenarios y sus destructivas pasiones. Ahora lo vemos claramente.Pero, en esencia la guerra que se libra en el Medio Oriente es de sunitas contra shiítas para la supremacía musulmana en toda la región. Con el agravante de la sorpresiva creación de un califato llamado Estado Islámico o Daesh, sunita y yihadista y su rápido dominio sobre un territorio inmenso (tan grande como Italia) tanto en Iraq como en Siria. Nadie logra detenerlo. Estados Unidos y sus aliados occidentales, reacios a enviar fuerzas terrestres para combatirlo se contentan con adiestrar ejércitos locales y realizar bombardeos selectivos hasta el momento ineficientes. Las mismas armas que norteamericanos, franceses y otros suministran a los ejércitos que adiestran terminan en manos del Estado Islámico, mejor organizado y determinado a pelear. Todos los países de la región participan en esta guerra de sunitas vs shiítas, según su pertenencia religiosa; y de manera abierta o disimulada, según su conveniencia. Arabia Saudita y otros países del Golfo, Egipto o Turquía ayudan a los sunitas de facciones que incluso rivalizan con el Estado Islámico; Irán y el grupo libanes Hezbolla que obedece a Irán ayudan a los shiítas en Siria e Iraq. Ahora la presión se concentra sobre la derrota de Bashar el Assad y el control de Siria. Si ocurre, los kurdos, druzos, cristianos y alaouitas sirios temen por su vida. El Líbano seguiría por ser el último fortín de una sociedad cristiana en el Medio Oriente. Y después el Estado Islámico partirá a la conquista de Occidente cuya cultura aborrece. Lo que explica por qué los occidentales comienzan a añorar a Saddam, Khaddafi y Bashar... La ironía.