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‘El señor de los libros’

Es un hecho que en Colombia se lee poco. Se hace más...

8 de marzo de 2013 Por: Laura Posada

Es un hecho que en Colombia se lee poco. Se hace más por necesidad que por gusto, no precisamente por falta de tiempo o espacio. Además, para un país en el que se escribe y se publica bastante, los lectores no son suficientes. El panorama y las cifras inquietan. 32% de los colombianos compran libros; el 67% no lee porque no le place; a nivel latinoamericano contamos con una lecturabilidad del 45% y un habitante, en promedio, lee sólo 2 libros al año. Después de la oralidad, el libro es la herramienta de aprendizaje y de expresión más antigua, no en vano continúa vigente pese a la incidencia de las nuevas tecnologías. Colombia tiene necesidades primarias insatisfechas y las estrategias políticas poco han estado comprometidas en incentivar verdaderamente la lectura como arma principal para erradicar la pobreza, al menos la mental, que es de la que más padecemos. Por eso no es raro que la gente no tenga cabida para perfiles, novelas, poemas, historias, en fin. Esa cultura aún no se ha creado. Los libros, del mismo modo que los alimentos, el celular, la ropa o las llaves, deberían estar presentes cada día. José Alberto Gutiérrez, habitante de San Cristóbal, una localidad del suroriente de Bogotá y conductor de un camión de aseo, entendió después de muchos años que un libro es un tesoro y que la lectura no solo enseña, también divierte, genera más tolerancia, suprime prejuicios, abre mentes, aleja de males y estimula la creatividad. De eso da fe este señor, admirable por demás, después de un largo recorrido que abordó en 1998 y que, como dice él, apenas empieza. Fue durante una jornada de trabajo, mientras enganchaba los contenedores de basura de los conjuntos residenciales, cuando encontró una caja con un libro desgastado, de cubierta blanca y hojas amarillas, que alguien decidió botar ese día. Era ‘Ana Karenina’, de León Tolstói. Al ojearlo y como una especie de epifanía, afortunada eso sí, recordó las fábulas de Rafael Pombo que su mamá le leía y, desde entonces, sintió la necesidad de recolectar los libros que sacaba de los deshechos. Eran cerca de 30 semanales. Entre ellos, enciclopedias Salvat, literatura francesa y estadounidense, textos esotéricos y hasta un Corán. El primer piso de su casa, donde su esposa tenía su taller de modistería, empezó a llenarse de repisas rebosantes de ejemplares de todo tipo. Eran ella y sus tres hijos los que se encargaban de reparar las tapas rasgadas o sueltas. Este lugar fue el refugio de muchos niños del barrio, con escasas alternativas culturales, quienes además empezaron a mitigar sus problemas escolares y familiares a través de la lectura.José Alberto, bibliotecario empírico, fundó ahí, en la sala de su casa, la Fuerza de las Palabras y le apuesta a la formación cultural e intelectual de la población de San Cristóbal. Con la ayuda de voluntarios (no la ha recibido de ninguna entidad pública) dicta talleres recreativos, de lectura, títeres y manejo de Internet, siempre con la certeza de que la biblioteca comunitaria beneficia la sana convivencia, la seguridad de los jóvenes y garantiza un adecuado uso del tiempo libre.‘El señor de los libros’, como es conocido, sigue en su compromiso de ampliar la red de bibliotecas populares por todo el país. Ha montado 25 en varias localidades de Bogotá y ha enviado libros a poblaciones del Chocó, Santander, Valle, Putumayo y Caquetá. “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”, una frase de Borges que José Alberto tomó como propia con la experiencia. Un ejemplo para replantear, desde todos los frentes, las prioridades y los incentivos para el acceso al libro. ***Paréntesis: Los interesados en donar libros, me pueden escribir a lposadasuso@gmail.com Yo misma me encargaré de hacerlos llegar a La Fuerza de las Palabras.