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¿Cuál paz?

La política en Colombia definitivamente da para todo, hasta para que un...

29 de noviembre de 2013 Por: Laura Posada

La política en Colombia definitivamente da para todo, hasta para que un presidente como Juan Manuel Santos pretenda hacerse reelegir. De entrada, ha sido un dirigente incoherente, y no precisamente por su “traición” a Uribe ni por la falta de continuidad en sus políticas, que prometió durante su primera campaña. Cuento viejo. Cuando la gente empezó a inquietarse y los medios a cuestionarle por su intención de un segundo mandato, afirmó que no compaginaba con la figura de la reelección y aseguró que para el pueblo era importante ver caras nuevas en los cargos oficiales. No solo hizo caso omiso a esas declaraciones o quizás, como suele sucederle, las olvidó; también ignoró por completo las cifras que arrojan las firmas encuestadoras: casi un 60% de imagen desfavorable y 77% de rechazo a la reelección. ¿Qué estaba pensando? Los números muestran que en Colombia poco existe una identificación ideológica o emocional con Santos y que la gente está saturada e inconforme con su gestión. Si de verdad se preocupara por el desarrollo y el bienestar del país, actuaría con humildad y se haría a un lado. Lo que hizo, a mi parecer y desde lo más básico, representa una falta de respeto para los colombianos y, en especial, para quienes creyeron en él. Perdí la cuenta de cuántas veces mencionó la palabra “paz” durante los 11 minutos que duró su alocución la semana pasada, en donde aseguró -¿o se escudó?- en que es esta su mayor motivación y, por tanto, su caballo de batalla para lograr su reelección en las próximas elecciones. “Cuando se ve la luz al final del túnel, no se puede dar marcha atrás”, dijo enérgico y yo me pregunto, ¿cuál luz? Seguimos en el túnel, eso sí, pero en uno cada vez más profundo, oscuro y, a diferencia de lo que él ve, sin salida. La forma en que ha lidiado con las negociaciones en La Habana no muestra avance alguno, a pesar de que se comprometió a firmar la paz a finales de este año. Y llevan un año, tanto la guerrilla como el Presidente, burlándose en la cara de todos los colombianos. Nada de luces ofrece un proceso que exonera a los terroristas y les permite no sólo adueñarse del territorio nacional, sino continuar con sus acciones criminales. Tampoco unos acuerdos que ya se desangraron de lo politizados que están. Nada de luces muestran unas negociaciones inciertas con un mar de tareas inconclusas. ¿Cuál paz?Su afán de lograr adeptos bajo un discurso romántico no puede anteponerse a los problemas fundamentales que aquejan al país y que piden inmediata solución. Así que la paz, señor Presidente-Candidato, al menos en sus términos, no inspira ilusión alguna. La paz no soluciona los problemas de pobreza ni miseria que sufre el país, tampoco repara el desempleo ni la deserción escolar y universitaria. La paz no remedia la explotación laboral infantil ni previene los embarazos no deseados en niñas y adolescentes. La paz no evita que se sigan muriendo pacientes a la entrada de los centros de salud. La paz no previene nuevos paros ni certifica un buen manejo de las protestas sociales, menos garantiza el apoyo al agro y a la industria. La paz no corrige la corrupción, el clientelismo ni nos da un Congreso legítimo. La paz no acaba con el narcotráfico, la extorsión, el crimen organizado y la inseguridad. En fin, tantos problemas que sufre Colombia que la paz con las Farc, como él la quiere, no van a solucionar. Su bandera, entonces, se convirtió en un sofisma, pues a Santos se le acabaron las razones para justificar su mal gobierno. Así que cuando resuelva lo anterior, quizás podamos empezar a hablar de paz. Siquiera estamos en una democracia y será esta la que nos permitirá a todos los colombianos decidir qué país queremos vivir en adelante. En su alocución, el Presidente pidió una segunda oportunidad para “consolidar la paz y la prosperidad para el país”. ¿No es eso lo que uno pide cuando la embarra?