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Todas las guerras se pierden

Luego de hacer las sumas y restas del caso, me gusta la...

28 de octubre de 2010 Por: Julio César Londoño

Luego de hacer las sumas y restas del caso, me gusta la iniciativa de California de legalizar la marihuana. A George Soros y a mí nos gusta mucho la idea, y decidimos hacer aportes proporcionales a nuestros presupuestos: él puso ya un millón de dólares para la campaña del ‘sí’ y yo estoy depositando en este momento 3.270 caracteres con espacios. El portavoz del ‘no’, un señor Roger Salazar, advierte que la legalización de la yerba aumentará el número de muertos y accidentes. Es una opinión digna de alguien llamado Roger Salazar. La marihuana, dear Roger, es una sustancia homeopática, un estimulante suave, pariente cercano del café, el té y la coca mambiada. Compararlo con el alcohol, como hace Roger, revela la pureza de su alma. Una persona trabada puede conducir, fornicar y conversar de manera muy destacada, cosas todas que a un borracho le cuestan Dios y su santa ayuda. Los países latinoamericanos han protestado. Consideran incoherente que la droga sea criminalizada por unos y legalizada por otros. En un escenario global, alegan, las políticas deben estar unificadas. Tienen razón. Pero la unificación debe darse en torno al ‘sí’, y la idea de California (la octava economía del mundo) va en la dirección correcta. Es lo que están pidiendo desde hace muchos años los intelectuales y los economistas del mundo; además, es el único camino que nos queda después del aparatoso fracaso económico, social y ambiental de la ‘Guerra contra las drogas’ (todas las guerras se pierden, está diciendo hace siglos Confucio, y nadie lo escucha). ¿Quiénes son los partidarios del ‘No’? Hay varios, pero los principales son dos: unas almas de Dios alarmadas por el aumento del consumo que traerá la legalización, y los narcotraficantes, beneficiarios directos del mercado negro que genera la prohibición. Luchar contra las drogas es una batalla vana porque la humanidad es viciosa desde chiquita. Desde los monjes tibetanos y las sibilas griegas, hasta el chamán azteca y el sacerdote católico, han precisado de un conector químico con los dioses. También lo necesitamos los laicos: la única manera como soportamos al prójimo y al cónyuge y sobrellevamos ciertas bromitas naturales (la vejez, la muerte) es mediante el uso de estimulantes. ¿Qué ha logrado el mundo luego de cien años de prohibición del opio? ¿Qué lograron los estadounidenses después de catorce años de ley seca? ¿Qué resultados arrojan en América cuarenta años de ‘Guerra contra las drogas’? Los resultados son francamente coprológicos: tragedias ambientales, autoridades cooptadas o desbordadas, economías incontrolables y un tráfico cada vez más fluido, lucrativo y poderoso. La legalización de sustancias sicotrópicas agudiza los problemas de salud pública, sí, pero tiene dos atenuantes: elimina la criminalidad que genera la prohibición y produce ingentes ingresos vía impuestos a esas sustancias. ¿Qué tenemos ahora con nuestra terca prohibición? Insalubridad y criminalidad, nada más; es decir que nos estamos quedando con el pecado y sin el género. Por todo esto es que George y yo decimos: no luchemos más contra nuestra viciosa naturaleza, vamos por el género; y este potosí, más lo que ahorremos en represión, lo invertimos en salud pública. P.D: mañana a las 6:30 p.m. Juan Diego Mejía dictará en el Centro Cultural Comfandi la conferencia Novela y best sellers. Mejía es escritor y matemático, y fue el cerebro de las políticas urbanas que transformaron a Medellín durante