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Santos y el agro

El pulso entre la agroindustria y el minifundio es complejo. La agroindustria...

19 de septiembre de 2013 Por: Julio César Londoño

El pulso entre la agroindustria y el minifundio es complejo. La agroindustria esgrime las ventajas de la economía de escala, la creación de empleo y las jugosas utilidades de la agricultura extensiva. A favor del minifundio están la biodiversidad, la seguridad alimentaria y la equitativa distribución de la tierra. La propuesta de conciliar los dos modelos, haciendo al campesino socio de las empresas agroindustriales, no pasa de ser una fábula rosa. Indupalma & Lucumí. Es decir, Lucumí siembra e Indupalma cosecha (v. la última columna de Daniel Coronell en Semana). Todos nuestros gobernantes han predicado la necesidad de la reforma agraria pero terminan alcahueteando violentas contra-reformas, fenómeno que alcanzó su pico entre 2007 y 2010 de la mano del genio de marras. Uribe desprecia al minifundio. “El labriego se bebe el sábado lo que se gana de entre semana”. Olvida que de los minifundios sale el 30% del café colombiano; que son los frutos de pancoger de las chagras los que palian la miseria del campo colombiano, y que los pequeños y medianos agricultores producen el 70% de los vegetales que llegan a nuestras mesas. Olvida que Nariño fue la tierra más pacífica y mejor distribuida del país hasta que llegó la agroindustria de la coca, desplazada del oriente por el Plan Colombia. Olvida esas modernas versiones del esclavismo, las CTA de las agroindustrias de la caña y la palma. Con Santos, el campo alcanzó a abrigar esperanzas. El nombramiento de Juan Camilo Restrepo en la cartera del ramo y su empeño en la aprobación de la Ley de Tierras, evidenciaron su interés en el tema. Pero luego reculó. Primero cayó la cabeza de Juan Manuel Ospina, gerente del Incoder. Parece que, en vez de titular predios a la velocidad que el Gobierno necesitaba para taparle la boca al senador Robledo, Ospina pensaba en un desarrollo rural integral: seguridad, infraestructura, bancarización. Luego renunció el ministro. Parece que se tropezó con los sagrados callos de los ganaderos, esa casta cuyas reses pastan en 40 millones de hectáreas, cuando solo necesitan 23. Para reemplazar a Restrepo, Santos nombró a Francisco Estupiñán, un señor que le hizo honor a su apellido en los pocos días que estuvo al frente de la cartera. Y como toda situación es susceptible de empeorar, hace quince días, reemplazó a Estupiñán con Rubén Darío Lizarralde, un señor que viene de liderar el gremio de los palmicultores. Tan gallardo príncipe no entenderá nunca nuestro campo, el de los bloqueos y la resistencia a los TLC, y mucho menos el campo del ‘posconflicto’. La semana pasada renunció la subgerente del Incoder, Jhenifer Mojica. Parece que se había tomado muy a pecho la Ley 160 y la defensa de los intereses de los campesinos, y en su afán pisó los callos del Supernotariado, Riopaila, Brigard & Urrutia y Germán Efromovich, el ‘avión’ brasileño que está tocando tierra colombiana. Para rematar, también presentó renuncia Myriam Villegas, la directora de la entidad. Señoras ambas de carácter y pantalones, renunciaron en protesta por su marginación de las discusiones del alto Gobierno sobre las zonas de reserva campesina y la acumulación de baldíos.Moraleja. Todo parece indicar que el agente comunista Juan Manuel Santos aprendió la lección: con el feudalismo del Siglo XXI no se juega.