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Nada está ganado

El domingo voy a votar Sí porque el No conduce a la...

29 de septiembre de 2016 Por: Julio César Londoño

El domingo voy a votar Sí porque el No conduce a la guerra. De eso ya tuvimos bastante y no dejó nada. Bueno, dejó mucho dolor, mucho odio y costó un platal: 180.000 millones de dólares de hoy. Para que nos entendamos, con esta plata se podría reconstruir cuatro veces la Europa de la posguerra, una empresa que le costó apenas 42.000 millones de dólares, en plata de hoy, al Plan Marshall.Saco estos números del reciente libro Gastos de guerra en Colombia, 1964-2016, del exministro de minas y energía Diego Otero Prada, que aclara: “En mis cálculos solo incluyo los costos sufragados por el Estado. No están los del sector privado por secuestros, extorsión y despojo de tierras; ni los daños a la infraestructura, como las voladuras de torres, puentes y oleoductos, ni los gastos de los paramilitares y los guerrilleros. Estimaciones basadas en datos oficiales, me dan una cifra de por lo menos 70.000 millones de dólares”.Lo que significa que el costo total de la guerra puede alcanzar los 250.000 mil millones de dólares, es decir, seis planes Marshall.Si sumamos a estas cifras los ocho millones de víctimas del conflicto y los 50.000 desaparecidos y los dos millones de hectáreas despojadas (un área del tamaño del Valle del Cauca) empezamos a entender por qué el anuncio del fin de la guerra hecho por el presidente Santos en la última asamblea de la ONU produjo una ovación de dos minutos de los delegados y presidentes de 193 naciones.Es muy comprensible la resistencia de los partidarios del No a la participación en política de los líderes de las Farc. Es verdad que nadie, ni los “síes” ni los “noes”, queremos verlos ocupando curules, alcaldías o gobernaciones. Pero también es cierto que todos despreciamos a los políticos en general, sean del partido que sea. Que los del Sí vivimos con un “sapo” atragantado: ver el arrastre popular de Uribe, un señor con un prontuario muy surtido. Que los del No consideran a Santos un político despreciable, un traidor infame. La política, aceptémoslo, es un oficio que abandonamos en manos de gente discutible porque a los “ciudadanos de bien” nos produce una jartera invencible. Pero nadie, ni siquiera un guerrillero, puede manchar una olla como el Capitolio.La fábula de una conspiración mundial tramada desde la Casa Blanca y orquestada en Colombia por los camaradas Santos, Sarmiento, Mora, Naranjo y De la Calle para entregarle el país a las Farc, supera los delirios más paranoicos de un analista esquizoide. Los anacronismos de esta distopía los resumió perfectamente el exguerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos en El Tiempo: “El fantasma de la teoría castro-chavista supone que, 25 años después de la disolución de la URSS, con China transformada en potencia capitalista, con Cuba coqueteándole al imperio, con el socialismo venezolano en fase terminal y el socialismo brasileño en bancarrota, una guerrilla impopular, autista y liderada por unos señores en edad de retiro, podría obrar el milagro político de resucitar en Colombia un nuevo modelo de izquierda radical”.Aunque los partidarios del Sí arrollamos en las redes sociales, me preocupa la “militancia” de los jóvenes, amantes clásicos de la paz, buenísimos para el click… y perezosos para las urnas. No podemos confiarnos de las encuestas, cuyos sondeos son falibles y azarosos. ¡La culebra está viva! No podemos bajar la guardia. Nada está ganado hasta que todo esté ganado.Sigue en Twitter @JulioCLondono