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Las barras bravas

La muerte de un hincha del América a manos de un hincha del Cali escandalizó al país y volvió a poner sobre la mesa el tema de la violencia entre los miembros de las barras bravas.

13 de febrero de 2020 Por: Julio César Londoño

La muerte de un hincha del América a manos de un hincha del Cali escandalizó al país y volvió a poner sobre la mesa el tema de la violencia entre los miembros de las barras bravas. Nadie entiende que haya muertos por algo que debe ser una fiesta, esa sublimación de la guerra que es el fútbol. Y mucho menos que el homicida tenga apenas quince años. Y que los barristas del Cali ni siquiera respeten el minuto de silencio que se guardó en Palmaseca antes del clásico Cali-América.

Al Tino Asprilla, que da buenos consejos ahora que ya no puede dar mal ejemplo, le pareció horroroso que la Dimayor no hubiera suspendido el partido, que se jugó horas después del homicidio. Disiento del Tino. Si suspendemos las actividades de un gremio cada que asesinen a uno de sus miembros, se paraliza el país.

¿Cuál fue la falta de la víctima? Una sola, estaba ‘emprendado’, vestía la camiseta del América. O llevaba un ‘trapo’, una bufanda, una bandera o una gorra roja, y los ‘trapos’ son trofeos por los que un ‘cólico’ está dispuesto a matar (en lenguaje barrista, ‘cólico’ es un fundamentalista, un desquiciado, alguien cuyo rayón es mucho más profundo que el rayón promedio de un ‘barra brava’. Pero un barrista, dejemos esto claro, no es un asesino. Es una persona corriente: hay ricos, pobres, mujeres, jóvenes, viejos, niños, adictos o sanos cuyo fervor deportivo raya en la idolatría y que están dispuestos a viajar a donde sea para apoyar al equipo).

Conozco algo de ese mundo porque les he dictado talleres de crónica a los barristas y porque alguna vez fui conferencista en un encuentro de fraternidad entre caleños y americanos organizado por la Alcaldía de Cali. Recuerdo que eché un discurso florido sobre la poesía del fútbol, el espectáculo de los himnos, las banderas y las gambetas, y lo absurdo que era matarse por el color de un ‘trapo’.

Error. Pisé una línea roja.

En el fondo del salón se levantó un joven. “Vos qué vas a saber de esto”, empezó. “Vos no tenés ni idea qué es llevar un equipo en el corazón, viajar colgado de un camión para apoyarlo, ver cómo remonta un partido si cantamos con el alma, sentir cómo vibra la estructura del estadio con nuestros saltos. Además ustedes se matan por mil cosas, incluidos sus trapos. Ayer no más, un teniente del Ejército andaba con un trofeo, la mano de un guerrillero en una nevera de icopor”.

Tenía razón el joven, lo ignoro todo sobre esas bellas pasiones. Eran certeros los vainazos a “ustedes”: los adultos bien damos pésimo ejemplo desde el Congreso, las columnas de opinión, la mezquindad de las políticas sociales, los ascensos por chanchullos o por falsos positivos, los traslados de parroquia para los pedófilos. En fin.

El ‘cólico’ no mata por un trapo. El trapo solo dispara la rabia que incuba contra una sociedad que lo ultraja de mil formas y le niega cualquier horizonte de esperanza.

Si los ‘cólicos’, los pedófilos, los encapuchados, los guerrilleros y los paracos fueran cuatro o cinco, podríamos pensar que son sujetos defectuosos, viciosos del crimen o tumores sociales, y tendríamos derecho a exigir que el Esmad los estirpe y que caiga sobre esos engendros “todo el peso de la ley”. Pero cuando los desadaptados se cuentan por decenas de miles, “ustedes”, es decir, nosotros, los que leemos columnas, debemos reconocer que algo estamos haciendo mal. Esmeradamente mal.

Sigue en Twitter @JulioCLondono