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La tragedia de Petro

Confieso que Petro agudizó mi hernia, dolencia que arrastro desde la campaña...

12 de diciembre de 2013 Por: Julio César Londoño

Confieso que Petro agudizó mi hernia, dolencia que arrastro desde la campaña presidencial de Mockus, cuando millones de colombianos hacíamos fuerza para que su discurso fuera menos entrecortado. Con Petro sufro por su afición por el verbo colocar y el sustantivo amor, dos palabras fatales. Me preocupa el concejo del Distrito, ese nido de astucias controlado por la U, una corporación tan torcida que, a su lado, el de Cali parece nórdico. Me duele que se pelee con amigos tan necesarios como Navarro y García-Peña. Pero me pongo feliz cuando censura la fiesta brava y la faena cobarde, cuando reflexiona con sensatez sobre drogadicción, ecología o planeación urbana, cuando Bogotá exhibe mínimos históricos en la tasa de homicidios, cuando lanza generosos programas de salud, educación y servicios públicos. Por esto, considero funesta la sanción de la Procuraduría. Petro no es una lumbrera, no, pero estaba poniendo el énfasis donde nunca lo ponen nuestros codiciosos gobernantes: en los programas sociales. En Colombia la “inversión social” son limosnas con trasfondo electorero (familias en acción, minivivienda gratis). Y resulta irónico que Petro se caiga por una falta mínima si se la compara con las que estilan nuestros dirigentes, que van desde el megapeculado hasta el genocidio. Nadie entiende por qué le aplican una sanción más severa que la de Samuel Moreno, que se alzó con cientos de miles de millones de pesos y dejó la capital como si la hubieran bombardeado. Pero duele, sobre todo, saber que se cae por su mejor gestión, por meterle el diente a las basuras, un negocito de $ 2,4 billones anuales que le dejaba a los contratistas del aseo utilidades del 44%, un porcentaje demasiado alto incluso para los altos estándares de la contratación pública colombiana. Y duele confirmar ahora que la emergencia sanitaria de diciembre de 2012 (emergencia conjurada en tres días por la administración Petro) fue un complot urdido por esos mismos contratistas, como lo acaba de denunciar Emilio Tapias en El Espectador de ayer (su testimonio es confiable porque Tapias es un personaje clave del carrusel de la contratación. Es decir, alguien que conocía las intimidades de los chanchullos bogotanos y, además, odia a Petro, que denunció esas trapisondas. Petro no está solo. Clara López, Robledo, Viviane Morales, Navarro, Peñalosa, la ONU, el próximo Embajador de Estados Unidos, cientos de miles de bogotanos y millones de colombianos consideramos que la sanción del Procurador fue injusta o desproporcionada o ambas cosas.Que se trunque la carrera política de un Arias, una Yidis, un Pretelt o un Cossio, vaya y venga. Tenemos millones de colombianos de esta calaña. Pero que se trunque la carrera de uno de nuestros pocos líderes honestos, valientes, con imaginación política y sensibilidad social, es una tragedia. Desde todos los puntos del espectro político se escucha un clamor: hay que limitar el poder del procurador. Yo preferiría tener uno distinto, uno sin tanto sesgo ideológico. El país es plural en lo político y en lo religioso. Necesitamos un procurador que sirva a católicos, protestantes y agnósticos, a conservadores y comunistas, que actúe sin protagonismo, como conviene a la majestad de tan alta instancia, y que no tenga el enorme rabo de paja de este santón.