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La mirada de Mauricio Capelli

Circula en Palmira A la luz de las luciérnagas, crónicas de Mauricio Capelli. Para escribirlas, Capelli entrevistó más de cien personas, rebrujó bibliotecas y archivos particulares, husmeó decenas de álbumes y películas y grabó más de mil horas de conversaciones.

9 de agosto de 2017 Por: Julio César Londoño

Circula en Palmira A la luz de las luciérnagas, crónicas de Mauricio Capelli. Para escribirlas, Capelli entrevistó más de cien personas, rebrujó bibliotecas y archivos particulares, husmeó decenas de álbumes y películas y grabó más de mil horas de conversaciones. Con el título del libro ya nos dice que su método es el del periodismo literario; su norte, indagar en una ciudad que indaga muy poco, que ignora incluso su historia reciente.

El matrimonio entre periodismo y literatura es perfecto: el periodismo le entrega al escritor una información que tiene peso porque es real (“la crónica es un cuento que es verdad”, decía Gabo) y la literatura le aporta al periodismo la fuerza de la palabra calculada, tallada a mano. Es la poesía lo que salva del olvido al “periódico de ayer”.

Los temas de estas crónicas son imágenes de las muchas Palmiras que nos han ocurrido: de haber sido “la capital agrícola de Colombia” nos quedó este aire bucólico y el vicio de comer bien. Quizá de haber sido la capital taurina del suroccidente nos viene el maldito gusto por la sangre caliente. De ser la capital mundial de las bicicletas nos quedó el vicio de andar a pie, como los ciclistas. Haber sido un remanso de paz en los años de La Violencia lo convirtió en refugio de inmigrantes paisas y tolimenses, una ciudad colmada de cafés y bodegas, de campos llenos de trapiches (antes que ingenios) y de surcos llenos de japoneses.

Ser hoy un epicentro de la investigación agrícola en Suramérica (Ciat, Corpoica, Facultad de Agronomía, Proyecto Parque Biopacífico) es un privilegio que aún no sabemos agradecer, quizá porque no sabemos qué somos. Las luciérnagas de Capelli pueden alumbrar nuestra oscura historia. Revelárnosla. Las crónicas de Jaime ‘El Flaco’ Agudelo, de don Jaime Bejarano, de don Guillermo Barney Materón nos confirman que la “Palmira señorial” existió realmente.

A Capelli lo conocí hace años. Me lo presentó Ómar Carrejo, notario, negro, gordo, narizón y altísimo poeta. “Venga conozca este marciano”, me dijo Carrejo, “un prosista joven con sensibilidad de anticuario”.

Capelli andaba con una grabadora entrevistando viejos y buscando respuestas a dos preguntas que lo persiguen: ¿qué es Palmira, para dónde va? Escribió el libro, afirma, porque la ciudad de su juventud era fea, grosera y aburrida y no tuvo más remedio que exhumar la antigua Palmira, la que yace en la memoria de los viejos. Los datos y los hechos de “A la luz de las luciérnagas” no se encuentran en ningún otro libro de Palmira porque su autor descubrió que la verdadera biblioteca de una ciudad es su gente.

Sobre Palmira, sus coches, bicicletas, japoneses, ingenios, prohombres y locos (“ángeles sucios”) se han escrito algunos libros, la mayoría con análisis farragosos y con esa prosa lenta y azucarada que los cuadros de costumbres estilan. Quizá por la juventud y la sensibilidad de su autor, ‘Las luciérnagas’ nos entregan, en cambio, una mirada inteligente en ritmo rápido y con una prosa austera porque confía en la fuerza de la primicia de los secretos que nos revela.

Aunque he vivido toda mi vida en Palmira, reconozco que apenas la estoy descubriendo ahora, de la mano de mi amigo Mauricio. Si la luz de las luciérnagas llegara a los colegios y a las casas, los palmiranos seríamos más dignos de la memoria a la que pertenecemos, tendríamos cosas magníficas de qué hablar, causas a defender, patriarcas a honrar, fortalezas a explotar y gestas de las cuales sentirnos orgullosos.

Sigue en Twitter @JulioCLondono