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La crisis del HUV

La ley 100 de 1993 decretó que los hospitales debían ser empresas...

17 de septiembre de 2015 Por: Julio César Londoño

La ley 100 de 1993 decretó que los hospitales debían ser empresas sostenibles, es decir, facturar y competir con las más modernas y poderosas clínicas del país. Se le olvidó al genial legislador que los hospitales atienden un porcentaje alto de la población más pobre y vulnerable, en construcciones viejísimas, sin músculo financiero y con tecnologías obsoletas. Esta situación, agravada por la entrada al sistema de las EPS, intermediarias que engullen una buena tajada del pastel, precipitó la crisis de los hospitales colombianos. El Hospital Universitario del Valle y el Rafael Uribe Uribe de Cali, el Universitario de Bucaramanga, el Kennedy de Bogotá y el San Vicente de Paúl y la Clínica León III de Medellín, para solo citar casos emblemáticos, viven hoy profundas crisis económicas que son de origen estructural, como lo reconocen todos los estudiosos del problema. Solo un dato estructural, el más odioso: el Estado les debe a las IPS $12 billones y privilegia los pagos a las IPS privadas. En el 2012 llegó a la dirección del Hospital Departamental un profesor universitario, médico oncólogo y máster en administración. Jaime Rubiano encontró un HUV de nivel II. Hoy lo tiene prestando muchos servicios de niveles III y IV. Resonancias. Angiografías. Cirugías cardiacas y bariátricas. Medicación oncológica. Entre el 2012 y el 2015, la facturación pasó de $12.000 millones a $20.000 millones, la cobertura de los medicamentos del 75% al 97% y la productividad aumentó en un 10% anual.Por alguna torva razón, la gestión de Rubiano molestó profundamente a los dos sindicatos del HUV. Pero la crisis está ahí porque Rubiano no es mago. No puede convertir con un gesto el HUV en la Clínica Valle del Lili, ni recuperar los miles de millones que le deben las EPS quebradas, ni los miles de millones de los excedentes de facturación por capitación en contratos firmados en administraciones anteriores, ni los $5.700 millones que le adeuda la Gobernación. A propósito, aquí aparece en escena ese chambón irredento que es el gobernador del Valle. Hace dos meses, sin la menor prueba ni elegancia, amparado tan solo en las versiones de los sindicatos -con los que se había entrevistado dos días antes-, sin escuchar a Rubiano ni a la Junta Directiva del Hospital ni al Consejo Superior de la Universidad del Valle y adelantándose a las investigaciones de los organismos de control del Estado, el gobernador (llamémoslo así) acusó públicamente a Rubiano de desgreño administrativo y arrojó un manto de duda sobre uno de los mejores administradores que haya tenido el Hospital en toda su historia. Rubiano fue separado de su cargo por el contralor del Valle, quien aclaró que la medida es precautelativa y no implica acusaciones de ninguna índole contra el médico. Mientras se conocen los resultados, Rubiano, dolido pero tranquilo, recibe mensajes de solidaridad de una veedora inflexible del Hospital, Aura Lucía Mera; de Rodrigo Guerrero, epidemiólogo de Harvard (y de la ciudad); de Alejandro Gaviria, ministro de salud y exdecano de economía de los Andes; del Consejo Superior de la Universidad del Valle, la institución que regenta el Hospital; de la comunidad médica de Cali y de Colombia; de pacientes anónimos que le deben a la vida a este oncólogo desvelado, y hasta de columnistas que no tenemos el honor conocerlo personalmente pero agradecemos la existencia de personas como usted, doctor Rubiano, de seres capaces de devolvernos la fe en la humanidad.