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Gustavo Álvarez Gardeazábal

Quizá ningún colombiano haya descollado en tan diversos campos como Gustavo Álvarez...

28 de agosto de 2014 Por: Julio César Londoño

Quizá ningún colombiano haya descollado en tan diversos campos como Gustavo Álvarez Gardeazábal: como político, alcanzó la Gobernación del Valle con una votación que fue récord histórico; como escritor, fue una relevante figura de la literatura latinoamericana en los años 80, y ahora es uno de los más influyentes periodistas colombianos, profesión que ejerce en la curiosa modalidad de “periodismo de clausura”, ese ‘género’ cultivado por los que no ponen un pie fuera de su casa.Gardeazábal no lo necesita. Hasta allá peregrinan diariamente millonarios, políticos, industriales y gente honrada que, luego de esperar audiencia por meses, son invitados a almorzar, le formulan sus tribulaciones con humildad y reciben de sus labios un consejo sapiencial.Yo también le pedí audiencia. Almorzaré con él el 15 de mayo de 2017. Ese día le preguntaré cómo hizo para escribir con la misma mano un libro tan malo como La resurrección de los malditos y uno tan bueno como Los cuentos del Parque Boyacá. Y cómo hace para ser al tiempo uribista y antiimperialista. Y si era necesario, para darle el merecido garrote a la elite vallecaucana, ser dilianista y sinisterrista. Y, ya que fue amigo cercano de Pedro Juan Moreno y como quiera que no se mueve una hoja en Tuluá sin que él se entere, que nos cuente cómo fue la entrada de los paramilitares al Valle por el corregimiento de Barragán hace unos doce años.Y que me cuente cómo concibió su famoso eslogan de campaña: «¡No gobernaré con el culo, vallecaucanos!», y preguntarle por qué, una vez electo, gobernó con la diabólica presa. Y si no lo desvela saber que desperdició un momento que pudo cambiar la historia del departamento.También quiero recordarle la bella respuesta que le dio, desde el clóset, a un reportero de la revista Visión hace 32 años: ¿Por qué no se ha casado? «Porque no me siento capaz de hacer feliz a una mujer».Y este magnífico chiste de su Manual de crítica literaria: «Espacio: lugar geográfico donde suceden los hechos. Ejemplos: Dublín en Ulises, Troya en La Iliada, Comala en Pedro Páramo o Tuluá en Cóndores no entierran todos los días».Y contarle que La misa ha terminado es, antes que una novela sobre la homosexualidad en el clero, un agudo alegato contra la concepción teológica del mundo y «una historia que es a la vez piedra de escándalo, narrativa pura y un episodio más de la lucha entre el bien y el mal, que es la materia prima de todo gran trabajo literario», como bien anotó Óscar López Pulecio.Y preguntarle si no lamenta haberle arrancado el corazón y los sueños a un brillante y joven novelista social para darle vida a esa criatura bifronte que es, al tiempo, analista radial y figura de farándula.Como no conoce la duda y es infinitamente soberbio, me dirá que no se arrepiente de nada, que lo ha logrado todo en la vida, que nunca ha sentido miedo, ni siquiera cuando se le metieron los matones a la casa, que su epitafio dirá «Cóndores no entierran todos los días», que lo metieron a la cárcel porque iba a ser presidente de la República, que le pagan un dineral en la Luciérnaga y que ahora tiene más poder que nunca.Por todo esto, el 15 de mayo no le preguntaré nada. Para qué, si Gardeazábal es completamente sordo (vive extasiado con el sonido de su propia voz). Pero hay que reconocer que su egolatría tiene algún fundamento. Sobre su tumba, también encajaría el aforismo de Wilde: «En mi vida puse mi genio. En mi obra, apenas el talento».