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Gabo por Florencia Buenaventura

Los lectores de novelas sufren una enfermedad sin nombre: extrañan a los...

1 de octubre de 2015 Por: Julio César Londoño

Los lectores de novelas sufren una enfermedad sin nombre: extrañan a los personajes de los libros. Quisieran tener noticias suyas, noticias nuevas, quieren saber qué fue de Jean Valjean, de Raskolnikov, de Pedro Páramo. ¿Raskolnikov sigue rompiendo cráneos de viejitas usureras con hachazos exactos, o purga su condena lavando sanitarios en un geriátrico? ¿Terminará castrándose con el mismo instrumento? Y Pedro Páramo, ¿aún llora la muerte de Miguel Páramo? ¿Arrebata más tierras a los campesinos para calmar la pena o se desquita mordiendo con furia los senos de Susana San Juan? Kafka también sufrió de este mal. Por eso escribió Nuevas aventuras de Sancho Panza, modificó fábulas mitológicas y reprogramó la logística de la Torre de Babel, la Muralla China y otros megaproyectos de la Antigüedad. Florencia Buenaventura padece de la misma dolencia llamémosla “el síndrome K”, para que suene trágica y científica a la vez. Supongo que extraña a los hombres de Gabo, esos sujetos que no se cansan de negociar, ir a la guerra, hacer inventos y fornicar, pero extraña más a sus mujeres, esas criaturas que tejen, traman, cocinan, conspiran, aman y filosofan (la filosofía es una asignatura femenina en Gabo). Son caracteres mucho más complejos que los masculinos, hechos siempre de una sola pieza. Tal vez fue por esto que Florencia se enamoró de Úrsula, que logra ocultarles a sus hijos que se está quedando ciega; de Rebeca, capaz de soportarlo todo, incluso la soledad; de Remedios, inocente de su peligrosa belleza; de Amaranta, una ternura infinita envuelta en mil capas de envidia; de María Fernanda, la aristócrata culifruncida que un día será capaz de remplazar a la mismísima Úrsula. Florencia esperó noticias de sus amigas muchos años… hasta cuando Gabo murió y ella perdió toda esperanza. Entonces inventó noticias y escribió los perfiles, las cartas, las variaciones o como se llamen los textos que componen Mujeres de Macondo, una suerte de palimpsestos urdidos con los rasgos originales de las mujeres de Macondo, y los secretos que ellas le confiaron a Florencia. Cosas de mujeres. No contenta con esto, Florencia pintó a sus amigas. Son dibujos que huyen del realismo, muñecas expresionistas trazadas con un pulso firme y dramático sobre fondos planos, fuertes, crudos.Los textos y los dibujos conforman Mujeres de Macondo, quizá el homenaje más singular a la obra de García Márquez, ese señor que nos conocía a todos de manera íntima, como Florencia a sus mujeres. Aquí termina el realismo y empieza lo fantástico. Un día que Florencia andaba con sus dibujos y manuscritos en la Filbo de Bogotá, un editor mejicano se los arrebató de las manos. “¡Son míos! -le dijo- ¿Cuánto valen?”. Ella no supo qué decir porque había pensado en todo menos en venderlos (es una lunática estratosférica: psicóloga, pintora y escritora). Y tampoco supo qué decir luego en las ferias de Frankfurt y Madrid, donde varios editores pujaron duro por los derechos de Mujeres de Macondo. “Esto es una desgracia -rezonga-. Los editores acosan y abusan, los impresores no cumplen, Remedios alborota a los hombres, Úrsula se enreda en las telarañas de la vejez, Amaranta intriga, Rebeca anda armada, los abogados me confunden y yo no sé nada, no tengo la culpa de nada, mi libro era solo un ejercicio para el Taller de Escritura Comfandi. ¡Auxilio!”.PD: A las 7:00 p.m. del miércoles 7 de octubre, presentaré en Proartes Mujeres de Macondo, del Grupo Editorial Cangrejo, México, D.F., y la exposición de las ilustraciones del libro.