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El fuego sagrado

Una vez, cuando Rafael Uribe Noguera era un niño, sus padres se...

15 de diciembre de 2016 Por: Julio César Londoño

Una vez, cuando Rafael Uribe Noguera era un niño, sus padres se fueron de viaje. Rafael quedó al cuidado de su abuela, y todas las tardes esperó a su madre con un ramo de flores. ¿Qué sucedió luego? ¿En qué momento pasó de regalar flores a pisotearlas? Tal vez un psicólogo que escudriñe su vida y encuentre el rayón fatal en sus neurotransmisores, o el resorte íntimo que lo impulsaba a usar lencería femenina, pueda darnos la respuesta. Pero no hay psicólogo ni escáner que puedan explicarnos por qué personas sin rayones ni resortes raros se convirtieron en sus cómplices. Y no me refiero a su hermana, la que lavó el cuerpo de Yuliana, ni a su hermano, el que sugirió la utilización de las sustancias adecuadas: el aceite, la cocaína y el alcohol. Es comprensible: la familia siempre quiere, por encima de cualquier otra consideración, tapar sus vergüenzas. Me refiero a los medios, que ocultaron inicialmente el nombre de Rafael, y a los médicos que le procuraron atenciones, ‘burladero’ y coartadas.Pero los monstruos, hay que recordarlo, no aparecen por generación espontánea. Los incuba la sociedad misma con sus odios y miedos antiguos y sus ciegos prejuicios. Los rayones están en la matriz. Uno de los más hondos, la indiferencia, es una coraza para no sentir, una concha de inhumanidad. Las pruebas de la patología social pululan. Cuando la gente cohonesta con políticos venales, o aplaude al ministro que exhibe como trofeo el brazo de un guerrillero, o al reguetonero cuyas canciones son una apología del maltrato a la mujer, o considera sacrílega la eutanasia pero pide a gritos la pena de muerte para ciertos criminales e incluso para ciertas facciones políticas, o se arroga el derecho de linchar parroquianos, de matonear ‘guisos’, gordas u homosexuales, o piensa que su dios es el verdadero y único Dios, o pretende hacer de sus creencias y valores un canon universal, o pisotea los derechos de las minorías y de los más vulnerables, o subvalora a la mujer, cuando tantos signos nefastos confluyen, hay que reconocer que la sociedad está enferma, que su sistema inmune es un cedazo roto y que lo raro es que no se presenten más casos raros.Cuando debates cruciales para el destino del país quedan supeditados a mezquinos cálculos políticos, el debate y el país naufragan. Cuando, para resumir, el máximo axioma social reza que el fin justifica los medios, los medios se vuelven el fin.Estas líneas no pretenden justificar las larvas de la depravación. Solo quieren identificar el caldo de cultivo que las produce.La muerte de Yuliana nos está recordando que el sexo es una fuerza de cuidado. Hay millones de amantes felices, sí, pero también millones de tragedias pasionales y millones de páginas de pornografía y millones de personas que padecen algún tipo de disfunción o de identidad sexual, que prueban que el sexo es un vórtice que nos puede llevar al cielo o al infierno. En esta encrucijada, hay dos caminos: podemos profundizar los estudios sexuales y fomentar la tolerancia, el respeto y la comprensión, o seguir en las mismas, consultar las suras del Corán o los versículos del Levítico, satanizarlo todo, censurar cartillas, cerrar los ojos, marchar contra los gays, inventar demonios y ponerles nombres rimbombantes, como ‘ideología de género’.El segundo camino nos lleva de manera inexorable a los abismos del dolor y la intolerancia. El primero puede enseñarnos a conocer mejor el deseo y nuestro cuerpo y a caldearlo con ese fuego sagrado, el sexo.Sigue en Twitter @JulioCLondono