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A Mariela Lema, in memoriam

Dicen que hay dos envidias, la mala y la pésima. Tú me...

31 de marzo de 2011 Por: Julio César Londoño

Dicen que hay dos envidias, la mala y la pésima. Tú me provocas envidia de la pésima porque la vida, esa zorra que nos tasa con mezquindad los dones, fue demasiado botarate contigo y te los dio todos: belleza, talento, felicidad, fortaleza y hasta oro, ese ‘fuego helado’ que nunca te importó mucho. Te molesta… te molestaba el lujo, “la forma más altanera de la arrogancia”. Te parecía más bonita la austeridad. Más distinguida.Todo lo tuviste, querida, y todo lo prodigaste a manos llenas hasta el final. Y nada te asustó, ni siquiera la muerte. Y nada te escandalizaba. Y nada te intimidó. Y nadie te cohibía, ni los poderosos, ni los bandidos, ni los extraños, ni los encopetados, ni los famosos.Pensándolo bien, la vida no te regaló nada. Todo te lo ganaste a pulso. A pulso te hiciste un lugar bajo el cielo. Desde muy niña, encuellaste la vida y le exigiste tu parte. Todo lo tuviste y todo lo entregaste a tus hijos, y ellos repiten tu generosidad y tu alto sentido de la ética. Si algo define a tus hijos es justamente la ética, una especie de religión laica.No eras una pera en dulce, Mariela, ni un dechado de prudencia. Decías verdades muy duras (le queda horrible esa bata, por ejemplo), pero también sabías reconocer las virtudes de las personas o hacer amigos en cuestión de segundos o decirles cosas tiernas a los mendigos, esos ángeles sucios.Tuviste la suerte de no ver morir a ninguno de tus hijos, en un país donde es común que los padres entierren a sus hijos.La agilidad de tu cerebro era un espectáculo, pero lo mejor era tu corazón, ese mismo que te falló el lunes, cansado tal vez de tanto latir, de tanto amar. El corazón, ese fiel compañero del alma.Siempre dijiste que no te arrepentías de ninguno de los actos de tu vida, y nunca te creí, pero hoy pienso que tenías razón; que no te arrepentías de ninguna acción de tu pasado porque te encantaba tu presente. Porque no tenías deudas con nadie, porque el destino te dio belleza, que es la inteligencia de la piel, y tus mayores te enseñaron la gratitud, que es la memoria del corazón. Dónde estarás ahora, Mariela. Tal vez miras a la cara a tu Dios, a esa potencia con la que te entendiste siempre de manera directa, sin intermediarios. Tal vez ya estás planeando otras fiestas con Jaime, Gustavo, Tetey, Darío, Alejandro, Hernando, Julián… y cantarás con ellos… Volver, Candilejas, A mi manera, Bajo los puentes de París, El hueco… y reirás con ellos y llorarás con ellos, porque también sabías llorar, sobre todo con la música.No será fácil el mundo ahora, nunca lo ha sido, pero será más difícil la fiesta sin tu risa, sin tu arte para contar historias, sin tu gracia, sin tu franqueza, esa manera tuya de decir las cosas sin pelos en la lengua. No sé si te guste vernos llorar hoy pero qué le vamos a hacer. No voy a discutir contigo ahora porque eres capaz de volverme a ganar. Como siempre. Supongo que tampoco te gustará ver cómo se marchita tu jardín, pero así es la vida, los jardines y hasta los imperios se marchitan un día. Pero tu imagen florecerá en el recuerdo de todos los que tuvimos el privilegio de conocerte, y nada apagará el eco de tu risa, ni el viento, ni el ruido de los años, ni este dolor que moja el papel, que embota la pluma y no deja escribir. Adiós Mariela, adiós.