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Grandeza del tamaño de un Nobel

En días pasados expresé en esta columna, que la paz era una...

8 de octubre de 2016 Por: Julián Domínguez Rivera

En días pasados expresé en esta columna, que la paz era una oportunidad de pensar con grandeza, de planear en ciclos más largos dado que no existe la incertidumbre de un futuro signado por la violencia y que era la vía para construir una nueva sociedad a partir del esfuerzo de todos los colombianos. La comunidad internacional ha apoyado el proceso en forma unánime y en buena hora otorga el Premio Nobel de Paz al Presidente Juan Manuel Santos, quien no ha aflojado en su compromiso tesonero por la paz. Qué paradoja que el mundo nos anima y a veces aquí desfallecemos.El Nobel llega en un escenario de incertidumbre por cuenta de los resultados del plebiscito, pese a que los actores políticos, incluyendo a las Farc, han coincidido en que quieren la paz. Nos vuelven a faltar los ‘cinco centavos pal peso’.Muchos votaron negativamente con la idea de corregir el acuerdo con la guerrilla, para que responda al anhelo perfeccionista de todo colombiano, en particular cuando de un grupo alzado en armas que tanto dolor ha causado se trata, volviendo al dilema de cuánto perdón, cuánta justicia y cuánta participación política estamos dispuestos a aceptar.Corresponde, entonces, a los que alimentaron la idea de que era posible alcanzar un mejor acuerdo responsabilizarse por ese propósito que, sin duda, sería lo deseable, pero no necesariamente lo posible. Nuestra profunda división enmarca en el problema atávico de esta sociedad en construcción, que aún no permite que algunos asuntos de Estado sean tratados como intocables una vez pactados por la ciudadanía, como ocurre con la paz, que es un precepto constitucional, sobre el cual todavía seguimos votando como si se tratara de decidir si en la vereda o el corregimiento se construye un acueducto o una escuela.Es de esperar que los líderes políticos que ahora se reúnen para tratar de conciliar posiciones, entre los cuales hay expresidentes, exministros y otros que ha ocupado altas dignidades del Estado, logren ponerse de acuerdo. Mientras tanto en buena hora se ha instalado un movimiento espontáneo, que desde la calle y en todo el país, se manifiesta por la paz sin distingo de edad, sexo y condición social.A la par, se debería descorrer de una vez por todas el velo de cuáles son los intereses que animan la culminación de este proceso. Lo que surge como primera imagen es el interés de conquistar la opinión en forma mediática para posicionar nuevos o antiguos liderazgos y, quizá, anticipar lo que sería la campaña presidencial y de Congreso para el 2018. Ojalá esto no sea así y que los intereses superiores de Colombia prevalezcan.Las lecciones de esa democracia real que está manifestándose en las calles de Colombia, podrían indicar el camino deseable. También, el ejemplo de perdón que dieron las regiones más azotadas por el conflicto. Es la ‘sociedad civil’, a través de la cual en forma pacífica en el mundo se conforman cada vez mayorías dignas de tener en cuenta para adoptar políticas públicas o asuntos de interés general.Creo que este es el caso de Colombia. De no ser posible alcanzar acuerdos rápidos y viables por los líderes políticos, habría que pensar en un gran acuerdo nacional en donde todos los sectores lleguen a consensos claves para la sociedad, no sólo en el tema de la paz. Y vincular al 60% de esas mayorías silenciosas que se abstuvieron de votar y a las voces anónimas de las regiones y a múltiples sectores de la sociedad, para ponernos de acuerdo en el gran propósito de la paz, como un punto de partida frente a los grandes temas nacionales. Y así, por primera vez, dar al mundo el ejemplo, del que nos vanagloriamos, de ser un de las democracias más antiguas de América, pero con base en hecho reales en materia de convivencia social.

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