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Vírgenes locas

Hacía casi 20 años que no regresaba a San Andrés, la isla que me salvó la vida cuando mi primer desastre amoroso a nivel de cuernos y donde tuve la primera vislumbre de los orgasmos cósmicos, como también tituló Samuel Ceballos sus cuadros.

30 de septiembre de 2019 Por: Jotamario Arbeláez

Hacía casi 20 años que no regresaba a San Andrés, la isla que me salvó la vida cuando mi primer desastre amoroso a nivel de cuernos y donde tuve la primera vislumbre de los orgasmos cósmicos, como también tituló Samuel Ceballos sus cuadros. Después de todo, me he decidido por la pornografía, pero sin caer en el erotismo, como podrán ver.

Cincuenta años atrás me estrené como chico playero con una Polaroid instantánea. Disponía de una habitación pirata que me cedió Jorge Muñoz en un edificio abandonado que denominé ‘El lugar más secreto de la isla’. A donde conducía a las chicas con los ojos vendados, para que pusieran a secar el bikini. Fue el primer escalón para convertirme en amante latino, actividad filosófica que a los 78 aún practico sin apresurarme.

Disponía de un mediodía completo antes de mis compromisos de caminante letrado y decidí sumergirme en el mar, en una céntrica playa atestada de turistas atendidos por acomedidos raizales. Primero que todo pedí un coco-loco que me fue servido con una pajuela y bebí largamente cara al sol que me quemaba los hombros, haciendo visera con la mano derecha como aprendí en el pasado. Alquilé una silla para dejar la camisa y las gafas y al agua pato.

Avancé caminando con el dinero encaletado entre la plantilla y el suelo de las babuchas marinas, agradeciendo a la vida por arroparme con las cálidas y bamboleantes aguas azul verdosas del mar Caribe. Las olas hormigueaban de gente. Más adentro algunos más arriesgados que yo practicaban paravelismo. Llegué hasta donde el agua me alcanzó el cuello y oteé a mi alrededor. Alcancé a ver a lo lejos, separada del tumulto de bañistas, a una pareja femenina que parloteaba risueña. Disimuladamente me fui acercando. Una jovencita de unos 18, muy linda, solo vestida con un sombrero típico y otra ya tirando a señora, su acompañante, a todas luces ambas raizales blanqueadas. Oí que a ella y al océano les confiaba la chica:

-Anoche perdí la virginidad con Dick-. Me llamó la atención ese título para un cuento o un poema. Me fui acercando con disimulo. -¿Con Dick, -le contestó aterrada la otra, -luego no es con Bob con quien estás ennoviada? -Ay sí, pero éste llegó a visitarme a la casa en son de que dejara de pelear con Bob que me quiere mucho, tanto que va a pedirme que sea su esposa. Y él venía a darme algunas indicaciones. Nos metimos al cuarto. Mamá roncaba. -¿Y te lo fue pidiendo de frente? -No hubo necesidad. La conversación nos fue llevando. Me dijo que Bob no sabía ni cómo se hacía bien el sexo y que él quería adiestrarme para que yo le enseñara. -¿Y cómo fueron los preliminares, mucho besito? -Nada, fuimos al grano, me levantó la bata y me bajó los pantalones. Yo al principio me asusté, pero qué cuento, terminé de desvestirme y comenzó por acariciarme la espalda. En un descuido se fue con todo. Contuve el grito para no despertar a mamá pero tuve que tragarme la almohada. Le iba a decir que me lo sacara pero no fui capaz. El dolor era insoportable pero se iba apaciguando a medida que con más fuerza me bombeaba. Creí morir de la dicha en el momento en que él llegó a tierra firme. -¿Y te salió mucha sangre? -No, apenas un poco de caca, que limpié de inmediato. -Pero chica, a ti qué te hicieron, por allí no era. -Eso le dije, pero él insistió. Dijo que por allí comenzaban las vírgenes impacientes que debían guardar la primicia para el marido. Y que él debía respetar lo que debía ser de Bob. Me pareció buen hermano. -Ay chica, lo que hay que ver. Con razón dicen en la iglesia que este mundo se va a acabar-.

El mundo se va a acabar, me repetí mentalmente. Siempre he estado de acuerdo y lo vengo profetizando. Pero no por esto, no faltaba más. Me acerqué lo más que pude para contemplar la cola recién profanada por el tramposo de Dick. Hermosas sus dos nalgas al cielo de donde arrancaban el par de piernas bien cimentadas, que serían el orgullo de Bob.

Respiré y dando un rodeo volví lentamente a la playa en busca de otro coco-loco, pero tuve que aguantarme un buen rato para salir porque la pantaloneta no tenía una buena presentación.

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