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Un gringo desventurado

Estoy convencido de que Poe empezó a terminar de morir en el bar de Baltimore, atacado por todos esos personajes terroríficos que creó, y que en el delirium tremens le carcomieron ese potente cerebro rabiosamente trabajado por el sufrimiento.

20 de marzo de 2017 Por: Jotamario Arbeláez

Ahora que el presidente de la primera potencia es un plutócrata deslenguado, bueno es recordar que su primer poeta y prosista, por encima de Whitman y Henry James, fue un desventurado en todos sus pasos, pobre de solemnidad a pesar de que trabajó como un loco, aguantó hambre y privaciones hasta ver morir a su púber desposada envuelta en su gabán en un lecho mísero, nuestro querido Edgar Poe. Al ligarse con su prima, ella tenía 13 años y él 27; por eso Nabokov le dedica un homenaje como precursora de su personaje Lolita. Y su tía y suegra, señora Clemm, “tuvo que acudir a la caridad pública para no morir de hambre los tres”.

Por eso resulta desconsiderado que Miller, refiriéndose quejoso a su propia suerte, exprese en uno de sus libros que “el mejor escritor de un país en toda su historia tuvo que mendigar su pan de puerta en puerta”. En este caso habría que reconocer por comparación que Henry era un flojo, enarbolando el sexo como herramienta, lo que tiene poca presentación en las oficinas. Mientras que Édgar era todo un batiburrillo de ideas -que se fueron volviendo sórdidas para esplendor de la literatura-, y una copa empinada para conjurar sus tragedias.

Al morir sus padres lo adoptó la señora del señor Allan, pero éste supo mantenerlo a raya. Menos mal que ese apellido impostado pasa por nombre, para que la inmortalidad sea toda de Poe. Si bien lo puso en Londres en un buen colegio, al enviudar le cerró las puertas y lo dejó sin herencia. En la universidad de Charlotesville fue sujeto de burlas de sus compañeros por no tener con qué pagar sus deudas de juego y por su incapacidad para las matemáticas. Con la primera copa que tomaba se volvía fascinante con sus oyentes pero con la segunda ya se hundía en la borrachera más espantosa, ganando fama de alcohólico. Acaba por mezclar el alcohol con láudano. “Mis enemigos atribuyen mi locura a la bebida y no la bebida a la locura”. Está en la calle. Se decide a ser escritor.

Ejerce un periodismo mal remunerado, donde se destaca más por su crítica ácida que por sus maravillosos relatos. Sus primeros poemas fracasan e ingresa al cuento, en cuyos temas hace catarsis su angustia. Se disculpa con un favorecedor que lo invita a cenar “por el mal estado de sus ropas”.

Vuelve a ponerse de presente el tema de si el gran escritor debe comer mierda para hacer triunfar su estilo, o si bien puede sentarse a manteles con los múltiples tenedores de Marcel Proust. En Colombia el ejemplo viviente del sacrificio alimentario, bien traducido en uno de sus personajes, fue nuestro bien ponderado Gabo, pero no puede decirse que haya rebajado la calidad de su prosa desde que prueba manjares. Nuestro poeta insignia de hoy es Raúl Gómez Jattin, todo un varón de carencias, quien terminó por tragarse su propias muelas. Pero igualmente es digno de toda ponderación el poeta Álvaro Mutis, gourmet y sibarita del bloody mary, quien entró en conflictos con la ley por financiar un homenaje a Brillat Savarin.

Los escritores de moda, tanto internacionales como raizales, son por lo general bien comidos y bien bebidos. Así los hayan perseguido para matarlos fundamentalistas o simples ‘paras’, lo que les ha disparado en ventas. El hecho es que Poe ha cumplido doscientos años de su nacimiento, y nos ha legado poemas de musicalidad tan irresistible, que nuestro poema bandera, como es el Nocturno de Silva, es casi una paráfrasis musical de El cuervo; pero además el terror, aun para Colombia, con sus criaturas torturadas, asesinadas, apestadas, enterradas vivas.

Estoy convencido de que Poe empezó a terminar de morir en el bar de Baltimore, atacado por todos esos personajes terroríficos que creó, y que en el delirium tremens le carcomieron ese potente cerebro rabiosamente trabajado por el sufrimiento. “Oh alucinado Poe que el alcohol destripa”.

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