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Recuento de Navidad

Todos los días recibe mi buzón variadas sorpresas: ediciones fantásticas, invitaciones por...

28 de diciembre de 2010 Por: Jotamario Arbeláez

Todos los días recibe mi buzón variadas sorpresas: ediciones fantásticas, invitaciones por el mundo, postales humorísticas, anónimos insolentes y hoy, en sobre especial, el veredicto del tribunal médico, resultado de una endoscopia y una biopsia de mucosa gástrica antral. Dice: “Gastritis crónica atrófica activa con cambios marcados de metaplasia intestinal completa”. Tengo la misma edad de mi padre cuando se desprendió de la vida a causa de un cáncer. Durante el año estuve haciendo aspavientos de estar superando el límite fatídico.Como no tengo idea de lo que significa, se lo envío por fax al iriólogo que me ha visto y me responde que vaya al gastroenterólogo, que eso de la metaplasia le preocupa. Entonces cometo la burrada de buscar ‘metaplasia’ en internet. Y cuando al final de la definición veo la palabra cáncer, así sea condicional, se me para el poco pelo que acaban de reinsertarme.Preocupado por lo que podrá ser del mundo sin mí, y de lo que será de mí sin mi vida, se me vienen a los ojos esas lágrimas que no brotaron en los entierros a los que asistí de vestido negro. Me siento por anticipado mi propio deudo. Cuando a papá le hicieron la biopsia, ese pellizco en la caparazón del cangrejo que había dormido un cuarto de siglo se le activó y se lo llevó en meses. Él nunca había querido ir al médico, a pesar de lo flaco que era. “El cáncer son los médicos”, dijo. Y le tocó morir en el pavor de su aserto. “Cada día me parezco más al vivo retrato de mi padre”, escribí al comienzo de uno de los poemas que le dedico. Y hoy parece que es el día en que más me le parezco.Acabo de cerrar ‘El olvido que seremos’, de Héctor Abad, donde venga la muerte violenta de su padre con la ternura de la palabra. Lo que siempre quise hacer con el mío, aunque murió por sus propios medios, si es que así puede decirse del cáncer que incubó.En la soledad de mi estudio, repasando con el plumero las obras de Proust, Conrad, T.E. Lawrence y Faulkner, que nunca volveré a abrir, destapo esa botella de Sello Azul que tenía para alguna ocasión especial. Tenía en turno las biografías de Bob Dylan, Andy Warhol y Santa Teresa de Jesús, ésta por recomendación de Ciorán. Más de media biblioteca se me quedará por leer, como más de la mitad de mis poemas por escribir.¿Con qué cara llegaré a la presencia de Dios, si es que me gané el privilegio? Tengo la seguridad de que me va a recibir sin mucha antesala. Ante todo, le cuestionaré por haberme hecho partícipe del don de la vida en un país donde ésta nada vale. Pero le agradeceré haberme dado, por los medios menos recomendables, la vislumbre certera de su existencia. ¿Con qué pretexto despedirme de las criaturas de luz que dan vueltas alrededor de este corazón? No puedo quejarme. Tuve padres y hermanos amorosos, amigos geniales, compañeras incomparables, dos hijos sensacionales, en mi jardín veo saltar un conejo que se llama ‘Playboy’ y estoy sumergido en una biblioteca por la que echaría babas el que quemó la de Alejandría. Me llama mi sobrino, el médico Andrés Castro, y le comento el resultado de los exámenes. Me dice que sí, que es una gastritis que merece cuidado. ¿Y el cáncer? Se ríe. Tío, si tuvieras cáncer, en el resultado habría aparecido ‘Cáncer’, de una. Me vuelve el alma al cuerpo. ¿Hasta cuándo? Llega mi mujer. Le cuento el milagro, que bien vale otra botella de whisky. Ella me dice que bueno, pero que sea uno costeable porque no somos ricos, ordena Vat 69. Me transo.

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