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Perros y gatos, adiós

No voy a tirármelas de San Francisco de Asís andando por los...

20 de enero de 2015 Por: Jotamario Arbeláez

No voy a tirármelas de San Francisco de Asís andando por los barrios de Cali, saludando de pata al hermano perro y al hermano gato, y previniéndolos por si no han ingerido aún los sorpresivos alimentos, aderezados con sustancias venenosas –y hasta clavos dentro de un salchichón–, que andan regando por los prados quien sabe qué tránsfugas. Perros y gatos, del mismo reino animal del hombre, se supone que pertenecen por derecho propio a la comunidad urbana, con sus mínimos derechos a techo, alimentación y respeto por su vida. Para no hablar de vacuna, educación, baño y despioje. Y si no tienen techo, a poder circular por las calles ejerciendo el rebusque. Como cualquier músico, poeta o loco.No creo que el grado de psicopatía del ser humano, y mucho menos del caleño, dé para generar asesinos en serie de animales domésticos, de mascotas, ahora que ya no se permite ni la caza de animales salvajes. Sin llegar a ser hinduistas, uno ya lo piensa dos veces antes de matar una mosca. Cómo será que hasta guerrilleros y militares están en esas. Desde hace 12 meses este diario prendió las alarmas, en principio ante la ejecución de 22 mascotas, 15 ladradores y 7 parientes de Micifuz de una sola vida, quienes exhalaron su último guau y su último miau en el barrio Brisas de los Álamos. Patético el dictamen de la veterinaria: “Presentaban alteraciones neurológicas, salivación, vómito, diarrea, convulsiones y pérdida de conocimiento.” Llegó a aventurarse que era la venganza de vecinos malgeniados e intolerantes, por las deposiciones dejadas en los andenes por las mascotas con amos despreocupados. También, según se informa, muchos perros salen de casa con su amo cuando éste se va al trabajo, y se convierten en habitantes de la calle hasta que aquel regresa y entran con él a casa. Lo que señala la irresponsabilidad del rey del hogar. Cuatro meses después comenzaron las denuncias por ejecución de domésticos en los barrios El Bosque, El Peñón, La Flora y El Porvenir. Y seguidamente se reportaron nuevas masacres en San Antonio, Los Álamos, Terrón Colorado, Siloé y Floralia. Hace 24 meses la veterinaria María Eugenia Vásquez había denunciado lo mismo, que “se venía envenenando a los perros en varios parque de Cali”. O sea que los perrunos y gatunos caleños que se aventuren fuera de casa, estaban sitiados y condenados a la extinción.Pero la racha de exterminio de irracionales no se queda en las calles. En octubre pasado saltó nada menos que al interior del Hospital Psiquiátrico de Cali, donde se dio parte mediante denuncia de la muerte por envenenamiento de siete gatos internos, sin explicación satisfactoria de parte de los directivos, quienes se hicieron los locos aventurando que tal vez los felinos hicieron fiestas con un ratón exterminado con raticida. El síndrome tendió a extenderse a principios de este año, cuando serios ambientalistas hicieron eco de las denuncias de que se prepara un gran holocausto de perros y gatos callejeros, que serían recogidos para el sacrificio. Ello, como política de la Alcaldía para limpiar la ciudad de estos indeseables, ahora que se acercan los pomposos Juegos Mundiales. Antes se hacía redadas de gamines y mendigos, ahora les tocó el turno a los mejores amigos del hombre. El Secretario de Salud, Diego Calero, y la Secretaria de Deportes, Clara Luz Roldán, replican que eso no es cierto, en explicaciones que no convencen. Perro que es uno. Todos estos hechos me traen a la memoria la última frase de la novela El Proceso, de Kafka, cuando los dos agentes le clavan el cuchillo en el corazón mientras quedan esperando su muerte mejilla contra mejilla: “¡Como un perro! -dijo; y era como si la vergüenza debiera sobrevivirle.”

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