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Para lectores de poesía

Por eso está bien que ya no haya poetas como los que nacían en Colombia para regocijo de quienes gustaban de esa poesía mandada a enterrar con poetas y con lectores.

6 de agosto de 2018 Por: Jotamario Arbeláez

Con el permiso del periódico, que por un cuarto de siglo ha sido la mar de generoso con mi blasfemar amoroso, continúo con la recuperación de esos textos de los Sagrados Archivos del Nadaísmo que he sabido conservar en cajas de cartón desde hace sesenta años, y que serán entregados a la Biblioteca Luis Ángel Arango, también en su sesentena, para consulta de los estudiosos de ese movimiento literario de jóvenes de los años sesenta por quienes nadie daba un ardite.

“Esto que vais a leer está en verso. / Lo digo porque acaso no sabéis / ya lo que es un verso ni un poeta. / En verdad, no os portasteis muy bien con nosotros. / Bertolt Brecht. Canción de los poetas líricos.

No es extraño que en cada ciudad, barrio, en cada grupo de amigos, haya uno por lo general alelado, soñador se le califica, de lenguaje florido, que lee libros, tiene una novia de mano, carga papelitos que a veces muestra a veces no, donde dice del amor que recorre el mundo, del hilo seda existencial que está por romperse, del fusil en la mano del albañil, y al que los demás compañeros tienen algo de consideración en virtud de que no ve la vida como es, de que se pierde en divagaciones, en comparaciones ociosas, de que dilapida su tiempo contemplando y tratando de hacer más bello lo que tan solamente es. A ese ser anacrónico se le dice con mucho de cariño y no poco de burla invariablemente, poeta.

Ahora vamos a la poesía: en su sentido más extenso se conoce por tal entre los analfabetas (que no son sólo los que no leen sino los que no leen más allá del correo) el repertorio sentimental expresado en frases martilladas casi siempre de fácil recordación mediante las cuales se interroga verbigracia al ser amado inerte o al más allá por qué no responden, o se elogia a la patria o a la bandera o hasta a Dios y hasta al mismo diablo. Se confunde la poesía, con perdón de Roberto Carlos, con la letra de los boleros.

Existe el ‘Rincón poético’ como sección de pacotilla aún en los más modernos y despampanantes diarios, semanarios, hebdomadarios y revistas mensuales, bimensuales, trimestrales y hasta en anuarios. Y se considera poético, muy regularmente, cierto tipo de expresión que raya en lo cómico.

¿Por qué no muere aún el artero oficio de la recitación o declamación en familia, en veladas solemnes, en funciones de gala, en Palacio, en ceremoniales conmemorativos, o encima de un guacal de cerveza en la tenducha infeliz en lo tórrido de las libaciones? Por la razón muy sencilla de que no sabemos leer. De que no basta hoy con saber leer para leer un poema de hoy.

He visto doctos profesionales, constructores de puentes colgantes, cirujanos de la vesícula, soberbios sorbedores de cráneos, milimétricos economistas, generales de solo soles y catervas de catedráticos ensayar de leer, resbalar, tartamudear, tropezar y caer con un texto, por ejemplo, de Apollinaire, o de Lezama Lima por no hablar de Vallejo ni Ferlinghetti, o de E. E, Cummings o por no ir tan lejos de verbigracia Eduardo Escobar.

La poesía de hoy es una aventura en la que el lector se debe jugar el pellejo que le quede. Pero ante todo, como mínimo, aprender a leerla. Ya no es el son que dejo tras dejo nos va dejando en la boca y el corazón ese dejo de dejadez. Transmiten otras estaciones, otras intensidades, en ocasiones superiores a la comprensión del discurso superficial, pesca milagrosa de signos. El poeta de ayer ablandaba y hasta aromaba. La poesía del de hoy sirve para tensar y templar el espíritu de los cuerdos y hacerles poner los pies en la realidad lunar de la época.

Por eso está bien que ya no haya poetas como los que nacían en Colombia para regocijo de quienes gustaban de esa poesía mandada a enterrar con poetas y con lectores. Esa poesía colombiana sí ha muerto, y estamos celebrando sobre su tumba el striptease de su gusanera.

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