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Mutis, poeta

Y desde la cima de sus noventa años, nos dejó el creador...

24 de septiembre de 2013 Por: Jotamario Arbeláez

Y desde la cima de sus noventa años, nos dejó el creador de Maqroll el Gaviero, ese personaje de la estirpe de Rocambole que, proveniente de sus poemas, llena la novelística colombiana con esas aventuras donde el azar dirige la orquesta. Álvaro Mutis fue para la capilla nadaísta sacerdote y oficiante mayor. A su Diario de Lecumberri concedimos el primer premio de poesía que ganara, de 5 mil pesos en 1960, que muy bien le deben haber caído. Era el canto de un desdichado tras los barrotes, de donde pasaría a una vida de esplendor con los goces del mundo y de la palabra. Cenar y beber con él era una aventura espiritual como debió serlo hacerlo con personajes como Proust y como Conrad, sus grandes maestros. Tuve la oportunidad, cuando cumplió setenta, hace veinte, de consignarle estas palabras que rememoro:“Buenos días, maestro. Colombia acaba de salir al sol para celebrarlo. Ni una nube de cobalto empaña la base de su pirámide. Su desayuno está servido y es el amor de los mortales. De quienes nos hemos sentido señalados por su saeta. Está usted en el cenit de sus días. Merece vivir 70 años y 70 veces siete el hombre que ha sido capaz de escribir la Moirologhia, ese poema que hay que leer hasta quedar lavado de culpa, y seguir leyendo después de cruzar el umbral porque es el muerto su destinatario.Recuerdo en el verdor de mis años, cuando subía al quinto piso de habitación del solitario X-504, y lo encontraba agonizando desnudo con ese poema sobre sus magras piernas. Nunca pensé ver a un monstruo llorar su anticipado desleimiento, ni latir con tan poco pulso ante tales ludibrios, que al asumirlos y asimilarlos uno sentía ya no ser uno: ‘Oh detenido! Oh yerto sin mirada! Ay desterrado! Oh sosegado! Oh venturoso! Oh tranquilo desheredado de las más gratas especies! Oh varado entre los sabios cirios! Oh surto en las losas del ábside!’ Era demasiado, le digo, para un rimbombante camaján que ni a Rimbaud conocía, y que lo más cercano a la metafísica lo había aprendido escuchando Lo que me dijo un esqueleto, de Julio Flórez. Y sigo recordando que era de la revista Mito de donde emanaban los miasmas deletéreos de ese lamento, de ese fementido treno femenino del Peloponeso. Algún día seré difunto, me dije, para merecer este canto.Desde que leí ese poema no le temo a la muerte porque sé que la muerte está del lado de acá, no solo dictando a sus amanuenses, sino mirándose en nosotros como sus victimarios futuros. Cada fallecimiento es un golpe que la destrucción asesta a la muerte. La muerte se suicida cuando morimos. Cuando todos no estemos la muerte habrá perdido su privilegio. Y el poema que quede cantará claro: Muerte, dónde está tu victoria! Compartir con usted algunos rones encendidos y una sobrebarriga delgada, haber escuchado la cascada de su voz y el torrente de sus aventuras verbales, tener un libro de su puño y letra dedicado con entusiasmo, escuchar de sus labios que nunca pudo conseguir el Constantino Paleólogo, de Kazantzakis, saber que viaja por el mundo con mi Ferrocarril de Antioquia en la relojera, son concesiones de la vida que no puedo pagar sino en Estocolmo”.Pero acaba de irse sin el Nobel merecía, rayo que era muy difícil que cayera dos veces sobre la misma antena, pues eso fue él con Gabriel García Márquez. Pero agotó todos los otros de la lengua española, este ‘caballero andante de la palabra, entre ellos el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Príncipe de Asturias de la Letras y el Premio Cervantes.Aunque seguramente había cumplido todos sus sueños, salta la evocación del poema: “Que te acoja la muerte / con todos tus sueños intactos. / (La muerte) te abrirá los ojos a sus grandes aguas, te iniciará en su constante brisa de otro mundo. / La muerte se confundirá con tus sueños / y en ellos reconocerá los signos / que antaño fuera dejando, / como un cazador que a su regreso / reconoce las marcas en la brecha”. Amén.

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