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La santidad en el nadaísmo (4)

Cuando en la Iglesia me ofrecieron el púlpito para la oración del adiós, pedí a la Santa Madre que, ya que devolvíamos encarrilada el alma en polvo de nuestro querido profeta, le concedieran su muy merecida canonización.

2 de julio de 2018 Por: Jotamario Arbeláez

El primero que despegó fue él, el maestro, 1976 años después del Otro, a los 45 de su edad y 18 de vida pública, incluso antes de la última cena que le celebraríamos sus doce Judas y que iba a consistir en una canasta de hongos. Por muchos años esperamos que se le secaran sus restos, sin caer en la cuenta de que sus verdaderos restos estábamos siendo nosotros. Recogimos los del sacro sepulcro y a solicitud de la iglesia y de la alcaldía, que lo habían considerado siempre un hijo calavera y un ciudadano descarriado, los llevamos a depositar en el cementerio de Andes. Cuando en la Iglesia me ofrecieron el púlpito para la oración del adiós, pedí a la Santa Madre que, ya que devolvíamos encarrilada el alma en polvo de nuestro querido profeta, le concedieran su muy merecida canonización. El obispo asistente nos dijo sin embargo que, sin dejar de reconocer las virtudes del finado Arango, tal cosa era imposible. ¿Por qué? Porque tenemos en turno en el Vaticano al beato Marianito y a la beata Laurita. Una vez que se lograran esas canonizaciones, además, habría que acreditar por lo menos tres milagros mayores del beato Gonzalito, dijo en tono de sorna.

Esta noche, en esta Fiesta del Libro, estamos tres de los doce milagros de Gonzalo Arango. En su primer poema público, Oración, Eduardo Escobar, luego de 2 años de invocar en vano al Señor para que le aceptara su invitación a jugar, exclamó: “Señor, mejor no vengas, que te escupo”. Por intervención segura del Espíritu Santo, ese verso blasfemo despareció de todos los libros donde figuró publicado. Ahora, el poeta vive sólo en una cartuja, en la vereda de San Francisco de Sales.

Jaime Jaramillo Escobar, en uno de sus primeros escritos, consignaba: “Yo bendigo a Dios que me depara tan buenos pensamientos y al Espíritu Santo que me los hace escribir bien”. Alboreando los sesentas, sentenció: “Yo escribo para los hijos de los astronautas”, suponiendo con razón lo avanzado de su literatura, y “La eternidad tiene tiempo de esperarme”. Ahora los hijos de los astronautas son bisabuelos. O sea que superamos la eternidad.

Si no son estos los santos de nuestro tiempo, que me muestren los que sí son. Empero, estos doctos doctores del Nadaísmo han alcanzado tal grado de perfección en su obra y de humildad en sus almas que pueden permitirse el lujo de renunciar a la santidad. Si no llegamos a santos, que se nos otorgue por lo menos la categoría de escritores sagrados. Quién iba a pensar que Jesucristo, no sólo iba a venir a luchar con nosotros contra los escribas y fariseos, sino que se iba a hacer Uno con nosotros 13. Y que los nadaístas, por lo menos uno, o dos, después del profeta, íbamos a caer como peces escogidos entre sus redes. Se impone dejar en claro que no todos los nadaístas, ni vivos ni muertos, hayan abrazado otra cruz que la suya propia. Cada cual vivió su propio calvario sin cirineos. Cada cual vivió su propia pasión y descendió a sus infiernos. La mayoría mantuvieron hasta el fin el Inri de incrédulos. Yo tampoco hubiera creído de no haberme hecho digno de ello.

Ya el mil veces milagroso Gonzalo trajo la paz a Colombia, a través de su ‘monaguillo’ Humberto De la Calle, por lo que hubiera merecido ser presidente. Pero si ya no tuvimos presidente, como anunciaban los astros erráticos, olvidémonos de convertir en Nadaísmo en un partido político. Con el olor de santidad after shave que nos estamos gastando bien podemos instaurar el Nadaísmo como una facción religiosa, como una original Cristianada. ¿Quién iba a imaginar en el cristianismo, y ni siquiera en el ateísmo, que el Nadaísmo terminaría convertido en la Cruz Roja de la Religión? A la mayor gloría del Nadaísmo y de su profeta Gonzalo, en esta Medellín a la que tanto hicimos sufrir, doy fe plena de mi cruce de alianzas con el Señor.

El Señor es conmigo.

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