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La salida del laberinto

La Nada es el vocablo donde se encuentran los Nobles Viajeros. Es...

14 de junio de 2016 Por: Jotamario Arbeláez

La Nada es el vocablo donde se encuentran los Nobles Viajeros. Es a la vez la entrada y la salida del Laberinto. O. W. Milosz.Hubo un momento, mediando los años 60, cuando los jóvenes comenzaban a dejar abandonados los poemas escritos en servilletas, se pertrecharon de instrumentos musicales y comenzaron a expresar su protesta con sus canciones. Viendo esto, el profeta nadaísta Gonzalo Arango, comandante de la juventud insurgente con las solas armas del arte y la poesía, lanzó la consigna: “La guitarra eléctrica tiene la palabra”. Apareció el comandante Pablus Gallinazo montado en su mula revolucionaria, Los Yetis y Eliana, que interpretaban nuestras composiciones. Y surgió Antonio Frío, quien se hizo famoso por canciones como Pistolero Siglo XX y Pachín Campana. Pero así como Pablus se enrutó por la literatura, Antonio se embocó en la pintura, llegando a hacer con éxito numerosas exposiciones. Hasta que se encerró a estudiar la historia de Colombia a partir de la Independencia, centrándose en la figura de Bolívar, a quien ha plasmado en el acontecer cotidiano, con o sin sombrero o bigote, y esa iconografía va deviniendo legendaria como el héroe que la encarna. A partir del miércoles 22 de junio a las 5 p.m., y con el título de La entrada en el laberinto, se estará exhibiendo en Bogotá, en las salas del Consejo de Estado. Para presentarla, he escrito estas líneas. “El general en su laberinto, tituló don Gabriel García Márquez el último periplo de don Simón. Allí cuenta el Nobel de Aracataca que cuando su partidario bolivarista Juan García del Río acudió a saludarlo en Turbaco, impresionado por su severo semblante, le comentó en voz baja al general Montilla: “Ya tiene cara de muerto”. Ese es el modelo escogido por Antonio Frío desde cuando, un par de años antes, trasegaba por Bucaramanga pendiente de la Convención de Ocaña, y fue descrito en su diario testimonial, empezando su descaecimiento, y con lujo de detalles ya astrosos, por el historiador de origen francés Perú De Lacroix. El 30 de octubre de 1819, hace 199 años, el Libertador, imitando a Napoleón, había creado por decreto el Consejo de Estado, dos veces abolido y otras tantas restaurado. Es en esta casa donde ahora se exhibe la iconografía preparada por Frío, quien desde muchos años atrás anda tras las pistas del héroe, en sus circunstancias vitales, con o sin bigote, con el pelo liso o churrusco, en ocasiones con un libro en sus manos, posiblemente de Voltaire o Rousseau, de Tasso o Camoens, de Cervantes o de Plutarco. Es un Bolívar sin otro pedestal que el tacón de su botas, en el despojamiento de su camisa blanca de seductor recién levantado, o jugándose las cartas del éxito o la derrota, con su amplia camisa de rotundos pliegues y su pómulo ya secándose, o leyendo a Homero en un tomo tan delgado que debe ser la Batracomiomaquia, o de Voltaire nada menos que Cándido cuya líneas disociadoras se reflejan en los surcos de la frente, o apurando un sorbo de paz, del que estamos sedientos todos, con su sombrero en la rodilla y el fiel perro esperando parte del sorbo, o en el abrazo del vals con el uniforme de gala con el que con mayor seguridad le seguía los pasos a las parejas, o en la hamaca leyendo a Parny a la luz de una vela de parvas bujías, o en la estatua broncínea con los trazos de la inmortalidad acabados. A Bolívar lo pueden haber pintado y esculpido y tallado muchos artistas, pero Antonio Frío se ha metido en su enflaquecido pellejo y lo ha pillado en los minutos de la vida donde de la prosopopeya y de la epopeya descansa. Es el Bolívar vivo, aunque ya vaya camino de ese cajón que es su gloria, que por más que caiga el sol no declina.”

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