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La ira del justo*

A don Esteban** -y a cuántos como él-, lo sacaron de la...

17 de mayo de 2011 Por: Jotamario Arbeláez

A don Esteban** -y a cuántos como él-, lo sacaron de la finca, donde estaba dedicado a marcar sus reses, un domingo a las tres de la tarde, mientras sus guardaespaldas se hacían los que estaban en el pueblo comprando alambre. Sus plagiarios pidieron por liberarlo millones de dólares. Sus angustiados familiares ofrecieron la mitad -que pagaron tres veces-, y terminaron por encontrar al viejo enterrado a la vera de su misma finca.A Juan Carlos -y a cientos como él-, lo esperaron a dos cuadras de la universidad, lo montaron en un carro, lo acusaron de complicidad con los secuestradores, lo metieron a un rancho donde le machacaron los huevos para que confesara lo que ignoraba y terminaron dándole un tiro en la cabeza y arrojándolo a un caño. A Pedro Pablo -uno entre miles- lo hicieron abandonar su casa de campo por haberle tenido que ofrecer una gaseosa a un estafeta de la guerrilla y desde entonces anda con sus hijos escampándose en un semáforo de la Séptima. Muchos que se quedaron, fueron sacados lista en mano de sus parcelas y partidos por la mitad con motosierra, como informaron estupefactos los noticiarios. A los muchachos del billar -y como ellos a centenares- los acribillaron porque se sospechaba que se habían robado unas reses de la finca de don Esteban. A la hija de doña Melba la masacraron en la plaza de mercado porque estaba de novia de un soldado que ni siquiera había hecho el primer disparo. A la hija de doña Engracia la mataron porque andaba ennoviada con un paraco. A la hija de doña Tulia la mataron porque estaba enamorada de un guerrillero. A Hermes, quien lo confesó todo para lograr los beneficios del gobierno, lo encontraron con la boca llena de moscas en el lugar de la lengua. Lo mismo le había pasado al suboficial que denunció la devolución de una mercancía. El hermano de María Mercedes -cientos como él- murió en cautiverio después de pagar los ahorros que tenía destinados para crear un premio de poesía.Se acuerda uno de cuando Colombia sólo lloraba por sus pobres, campesinos, líderes sindicales, invasores de barrios, curas rebeldes. Antes de que unas mentes siniestras inventaran el secuestro y el boleteo, para hacerles sentir a los ricos el infierno de su riqueza. Cientos de campesinos han sido ejecutados sindicados de auxiliar a los autores de los plagios; otros han tenido que huir dejándolo todo.La bandera de Colombia, que era de tres colores cuando la inventara Miranda, es hoy una franja de sangre. ¿Hasta cuándo, señor presidente, señores guerrilleros, señores militares, señores paramilitares, señores narcotraficantes, hasta cuándo? Y no me vayan a contestar que hasta cuando se decrete, para la criminalidad en masa, el perdón absoluto y la amnesia histórica. Porque los cadáveres -enterrados o ambulantes- de don Esteban, de Juan Carlos, de Pedro Pablo, de los muchachos del billar, de las hijas de doña Melba, de doña Engracia, de doña Tulia, de Hermes, del hermano de María Mercedes y los miles de campesinos y sus familiares muertos en vida, porque los asesinaron, los desaparecieron o secuestraron, piden ante todo verdad, algo de justicia y plena reparación. Y una conciliación justa que dé paso a una verdadera reconciliación. Todo criminal confeso -criminal inhumano-, así no sea condenado, va a tener por lo menos el país por cárcel. Aunque parezca una irrisión, las calles por cárcel. Pero siempre habrá tribunales internacionales más altos. Y nada es comparable a la ira del justo.* Palabras pronunciadas durante la jornada Nunca más.** Los apelativos de los personajes son simulados, y las descripciones, en general, pertenecen a la ficción.

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