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La ira de Dios

Bien podemos decir que el nadaísmo cumplió su misión. Ni salvamos al mundo ni nos salvamos a nosotros mismos. Se nos puede tildar de perdidos, más nunca de perdedores.

30 de julio de 2018 Por: Jotamario Arbeláez

Aunque algunos lectores puedan sentirse fatigados con el tema del nadaísmo, ese movimiento juvenil que cumple 60 años de haberse levantado contra el Establecimiento prometiendo no claudicar, y que a pesar de sus enemigos y de sí mismo subsiste, y en vista de que sigo ganando premios internacionales (el Dámaso Alonso de España compartido con Elvira Alejandra Quintero) y el movimiento recibiendo homenajes por todo el mundo, como el que acaba de tributársele en Villa de Leyva, me siento con el derecho de cantar victoria sin desafine, ya no desde el barrio Obrero donde empezara mi perorata, sino desde la placidez de plaza de los virreyes, en cuyos alrededores me he aposentado con mi señora, con mi perra y con mis archivos, que reviso antes de entregarlos a la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República.

Ya he adelantado algunas muestras de los hallazgos que ha hecho mi asistente Camila Sandoval, y no me aguanto las ganas de transcribir apartes de su último logro. Un texto de hace 14 años en defensa del movimiento, cuando este todavía tenía la necesidad de ser defendido. Ahora que ya todos los enemigos han muerto o están ad portas, me regocijo reproduciendo estos documentos sapientes, dos puntos:

“Lluevo sobre mojado al sentarme a la máquina de escribir a seguir defendiendo el nadaísmo de los ataques de los antinadaístas, cuando ya estaba establecido que nadaísmo y antinadaísmo son la misma cosa. Cuando cada vez hay más jóvenes que quieren continuar con el movimiento mientras los fundadores estamos llegando al éxtasis quieto. Bien podemos decir que el nadaísmo cumplió su misión. Ni salvamos al mundo ni nos salvamos a nosotros mismos. Se nos puede tildar de perdidos, mas nunca de perdedores.

De cuando en cuando un medio de comunicación refrita algún figurón para que nos denueste, suponiendo que vamos a repuntar como fosforitos. Y mientras nos ejercitamos en enhebrar el panfleto volvemos a alejarnos de la serenidad adquirida tras tanta lucha desinteresada, tanto viaje interior y tanto acercamiento a esos perfectos maestros de quienes hemos recibido más de lo merecido. Algo tenemos de Gandhi como de Chuan Tsu, de Rasputín como de Gurdjieff, de Apollinaire como de Burroughs, se Sartre como de Celine, de Cioran como de Bernhard, del Marqués de Sade como del conde de Lautréamont.

Y tanto del maestro Fernando González, el primero que se fijó en nosotros y saludó nuestro advenimiento con ese maravilloso canto que empieza: “Voy a orar por estos jóvenes que se están desnudando”. Es curioso que nos continúen detestando, no sólo los enemigos del brujo de Otraparte sino algunos de sus seguidores: los izquierdistas, los derechistas y los extremistas de centro; intelectuales clásicos, modernos y posmodernos; religiosos e indiferentes; y sólo recibimos alguna sonrisa de aprobación de periodistas corajudos, de estudiantes maquetas y de trasnochados librepensadores.

La revista Soho se dejó venir con una diatriba contra el nadaísmo, firmada por el librista antioqueño Alberto Aguirre o la ira de Dios, en la que dirige sus peores descargas contra Eduardo Escobar y Gonzalo Arango, quien hasta la hora de morir lo creyó su amigo. Le confesaba sus dudas y sus agonías, le detallaba sus planes, le confiaba sus originales.

Arango, según el tirano Aguirre, fue mal prosista, mal poeta, pésimo dramaturgo y deplorable filósofo, puesto que terminó convertido. En los últimos días de su periplo estaba haciendo las paces con Cristo, como tarde o temprano las terminarán haciendo con el gobierno paramilitares y subversivos. Al entrar en esa etapa tuvo la honradez de renunciar al nadaísmo, que heredamos estas libélulas, alcanzando las marcas de 46 años y cinco meses, que lo convierte en el movimiento poético, artístico y social más antiguo del mundo, con 5 años más que las Farc y 6 más que los Rolling Stone. Sobrevivimos a la muerte de las ideologías, cómo no íbamos a sobrevivir a las cuchufletas de Aguirre”.

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