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La inquilina

Recupero otro lampo de mi infancia caleña con la memoria de Cecilia...

22 de noviembre de 2011 Por: Jotamario Arbeláez

Recupero otro lampo de mi infancia caleña con la memoria de Cecilia Florián, amiga del alma de la casa, quien llegó con su timbre de bogotana a alquilar la pieza de atrás de la casa de las agujas. Había que ver las finas maneras de sus manos con las que reforzaba su parla y las balacas que surcaban su pelo. Se bañaba todos los días, quejándose de la falta de agua caliente. Pero para qué agua caliente, le decía mi mamá, con este solazo. Llamaba ‘baño’ al inodoro y a mi abuela ‘sumercé linda’. Nos hacía visita en la sala y mientras yo la miraba cruzar las piernas les contaba a mi abuela y a mi tía y a mi mamá sus proyectos de viajar a Panamá a traer un radio que sintonizara música clásica. Decía ser devota de Vivaldi, de Puccini y del gran Caruso. Todos los días leía El Clarín, periódico amarillo que daba cuenta de asesinatos atroces. Sus batas con enaguas hasta abajo de la rodilla eran impecables como su peinado negrísimo en el que se gastaba una hora, como otra hora en el cepillado de sus dientes blanquísimos.Nos hablaba de Bogotá como de una ciudad donde el frío habitaba en todas las casas, y el cielo encapotado no daba tregua. Una de esas visitas le confió a mi tía Adelfa con toda delicadeza que estaba enamorada de una persona que había conocido en el hipódromo de Techo y hasta aquí se había desplazado en su búsqueda y le pidió permiso para vivir con Luis el mecánico y ella le dijo: “Mirá rola, cómo vas a vivir en una casa decente con un hombre que ya es casado, mosquita muerta santurrona, quién te ve con tanto melindre”.Es mi primer recuerdo del color rojo la cara de Cecilia Florián en ese momento. Pero Jorge Giraldo intervino y zanjó el asunto diciendo que viviera con quien quisiera que en la casa de un liberal no se ponen con pendejadas, pero pagará más arriendo. Y así llegó, a la casa en San Nicolás, el mecánico precedido por el ladrido de su perro, dijo que se llamaba Luis Franco y me bautizó ‘Tangüetico’, burlándose de la media lengua de mis palabras cuando le dije siéntese en este tangüetico arrimándole un taburete. Llegaba con las manos engrasadas y se las fregaba en el lavamanos del comedor, primero con una barra de jabón de la tierra para quitarse la capa untuosa, y después con una de jabón de restregar pisos, y después con una barra de jabón baño fragante, pero de todas maneras al final de tan arduo refriegue que duraba dos horas le quedaban a medias negras. Y otra hora consumía Cecilia lavando el lavamanos que había quedado negro como las manos del mecánico. A Panamá no viajó nunca. Nos seguía leyendo El Clarín y por él supimos de los asesinatos en serie del doctor Matallana, del asesino de El Parnaso que era un hombre negro y descalzo con camisa y pantalón blanco y la historia de Teresita la descuartizada. Después de lavarse las manos él rechazaba las vitaminas que ella le ofrecía de un frasquito diciéndole qué cuentos de ‘jetaminas’, Cecilia, a mí dame tacos. Se encerraban con llave toda la noche y no se oía ni un susurro pero todos sentíamos que Luis la estaba engrasando y atornillando. Por ella la chiquita de la casa se llama Cecilita y mi mamá la conservó 47 años en un portarretratos de cuero. Puede ser que el aceite y el agua no se revuelvan, pero durante un año prosperó esta mezcla del aceite y la leche. De la ordinariez rozando la delicadeza. Hasta que un día la mujer de Luis el mecánico vino a la puerta, recriminó a mi tía Adelfa por convertir su casa en un alcahueteadero donde atrapaban hombres casados, y se llevó a Luis el mecánico sin lavarse las manos en un carro destartalado, ladró el perro en sus brazos y él me dijo “Adiós Tangüetico”. Supimos por El Clarín que Luis había tenido un misterioso final de página roja.Cecilia Florián murió a los dos años de haberse regresado para Bogotá, de un chiflón maligno que la azotó en Chapinero.

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