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La casa paterna

Qué belleza lo que es la casa, con toda su gente adentro....

4 de septiembre de 2012 Por: Jotamario Arbeláez

Qué belleza lo que es la casa, con toda su gente adentro. A veces en silencio, casi siempre de algarabía. Haciendo turno para el baño, desayunando juntos, saliendo a coger el bus para el colegio o el trabajo, lavando la ropa sucia, cambiándoles el periódico a los canarios, regando las matas, prendiendo velas, atendiendo visitas, yendo al mercado. La casa, además de tejas y baldosas, de habitaciones y de patios por donde cae el sol a entibiar a sus moradores, es el alma de la familia de la que tomamos el aire que nos distingue. Se van muriendo los abuelos, los que imponen la impronta del gentilicio, las costumbres inquebrantables, las remembranzas y los giros verbales; después los padres se van yendo, los que aportaron el alpiste y empistaron a su pollada, de los males de la vejez, casi todos en sus camas de la coyunda reproduciendo la muerte del justo, con el ángel de cabecera. Pero la casa familiar queda firme sobre sus puertas, abierta para todos toda la vida. Porque los hijos van tomando camino, los que hicieron el viaje del matrimonio, los que se instalaron en otra cuadra, en otra ciudad o en otro país, y también los que se quedaron, los que la cuidan y celebran de cuando en cuando las fiestas de la vida del apellido, el nacimiento y el cumpleaños y los grados y las bodas de los sobrinos, las visitas de los ausentes, las navidades.La casa de los padres, aun sin ellos, hace que las familias no se disgreguen, que se mantenga caliente el nido, que se tenga el recurso del retorno cuando el huyente se cansó de la otra cuadra o de la otra ciudad o del otro país, el viejo vuelve a encontrarse con el niño que era, con el sol de su calle y con quienes fueron sus padres que son él mismo sentado en su sillón frente a sus retratos. Son las casas las que vuelven al que se fue.Se carga de sobresaltos la casa y el corazón de una familia unida cuando a uno de sus integrantes un cangrejo le amenaza con sus tenazas. Se acude a todos los recursos del poder curativo, amén del cirujano, aquel que salvó de lo mismo al otro cuñado, reverdecen las oraciones, se impone la actitud positiva para contrarrestar la mala energía. Me pasa en este momento con la hermanita que más quiero, así a las demás las quiera lo mismo. La que ha llenado mi vida de gracia por la palabra, la que me ha soplado los temas de mis escritos. La que hasta última hora mantuvo comunicación con ese mi primer amor que salió volando y lo cazó un cáncer. Ya viene la cirugía definitiva, de la que estoy seguro que ha de salir indemne porque la ciencia ha avanzado e igual nuestras esperanzas, pero ella, por si las moscas, ha decidido contraer matrimonio (por la iglesia) con su marido. Saliéndole adelante a su hija, que lo hará en próximos meses. La ciudad es la misma que dejé cuando me dejaron. Las mismas calles azotadas por los taches de mis tacones. De pronto algún amigo me pita desde un carro último modelo pero la mayoría se conforma con otros pitos. No sé si entrar a la iglesia de San Francisco a implorarle al santo la gracia. Antes no creía pero ya creo. Si le pasara algo a mi hermana la ciudad perdería para mí su razón de ser. La casa comenzaría a desgranarse como mazorca y todavía no es el tiempo. Tenemos por delante la aventura de nuestros hijos que ya se van tornando padres como nosotros. He aprendido que cuando una imploración se hace en forma colectiva, crece la posibilidad de que opere el milagro. Si algunos de ustedes también creen, les pido el aporte silencioso de una plegaria. Es sencillo. “Señor, no dejes que se nos vaya Mariú”.Hermanita, ya mandé hacer el vestido para entregarte, como hermano mayor, a tu esposo en tus nuevas nupcias (1). El esposo divino puede esperar.(1) Iglesia Santa Filomena. Viernes 7. 7:00 p.m.

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