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El hombre, como el oso...

Si la suerte de la fea la bonita la desea, nadie va a desear la suerte del hombre feo, ahora que un reciente estudio norteamericano concluye que los mal parecidos tienen marcadas tendencias al delito.

13 de marzo de 2017 Por: Jotamario Arbeláez

Si la suerte de la fea la bonita la desea, nadie va a desear la suerte del hombre feo, ahora que un reciente estudio norteamericano concluye que los mal parecidos tienen marcadas tendencias al delito. La razón es aún más peregrina que la sentencia: porque tienen menos oportunidades de conseguir trabajo.

Aceptemos que la fealdad de los monstruos, encarnada en el Frankenstein de Boris Karloff, en el Drácula de Bela Lugosi, en El hombre lobo de Lon Chaney Jr. y en El Jorobado de Notre Dame de Charles Laugthon, no es un estereotipo de Hollywood. En Colombia, donde se ha dado cita la resaca de la especie en cuanto a ejecutores de atrocidades, hemos podido ver la pinta de los asesinos y es como para que la víctima caiga muerta antes del disparo. Pero una cosa es la fealdad del delito, la mala cara del delincuente, el rictus espantoso del maleante, y otra la inocente falta de atributos de los feúchos, por otra parte los seres más tiernos en las haciendas del afecto. Hay que ver cómo se comportó la Bestia con la Bella, Quasimodo con Esmeralda y -para darle el crédito a nuestro antepasado el primate-, King Kong con la joven actriz Ann Darrow. Para no hablar de Agustín Lara con María Félix. Y mucho menos de Aristóteles con Jacqueline.

Como la naturaleza es sabia en recursos, para que ningún despintado la lleve perdida en este mundo ha repartido otras cualidades que compensan in crescendo la inexistente y en este caso serían tener dinero, ser inteligente o buen polvo. Tendría que disponer por lo menos de dos de estas adicionales para compensar la falta de pinta.

Cuando comencé mi actividad laboral allá por el año 60, reparaban dos veces en la foto de la solicitud de empleo, y analizaban con alguna desconfianza a las mujeres bonitas, por cuanto todo podría írseles en fashion y coqueteo, y a los hombres agraciados por cuanto podrían ser maricuecas, y por ende menos productivos con el trabajo pesado.

La tía Matilde me miraba ante el espejo peinándome el copete a lo Elvis Presley para salir de levante por los bailaderos del barrio Obrero y, luego de regañarme tildándome de ‘amerengado’, sentenciaba que “el hombre, como el oso, mientras más feo más hermoso”. Desde entonces asumí una actitud desmañada, me puse bluyines rotos, enflaquecí más de la cuenta, me agencié una ligera cicatriz en el pómulo, me fui dejando caer el pelo, corté con la afeitadora, me bañé con menos frecuencia. Y, como dice un tocayo en la televisión: ¡Mejoré!

¿Qué suerte laboral espera -ahora sí- a los feos? ¿Quién les va a dar trabajo a estos potenciales malhechores, si no levantan primero para la plástica cirugía? ¿No podría la Asociación Universal de Feos elevar una demanda contra la pretendida universidad por premisa tan perniciosa? No sólo en lo laboral. Ahora va a resultar imposible para la gente linda estar en algún sitio tranquilo. Si ve aparecer a un malencarado, va a pensar que viene a atracarlo; ese adefesio es un violador y aquel esperpento un secuestrador. Pero en el mundo ya se salió de tales estereotipos y hoy los monstruos de antaño, aquellos que provocaban pesadillas inespantables, son los cómicos por excelencia de la pantalla chica. Hoy el ideal social es hacer parte de la familia Monster.

La suerte de la fea la bonita la desea, dice el papelito. Y es verdad. No hay mujer fea sin marido, mientras tantas muñecas se quedan comiendo pavo. O les toca casarse con los más feos. Porque el hombre, como el oso, mientras más feo más hermoso.

Espero que el reporte de la Universidad de Colorado no vaya a tirar a los feos con todo al agua, que por lo menos les dejen el prestigio de su desempeño sensual. Tan apetecido. Ahora que en definitiva se van a quedar sin trabajo.

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