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Veinte años

Mi amigo, a quien yo creía aún inmerso en los imbricados senderos...

1 de septiembre de 2014 Por: José Félix Escobar

Mi amigo, a quien yo creía aún inmerso en los imbricados senderos de la diplomacia, me hizo saber que ya estaba de vuelta en Colombia y que se encontraba de paso en Cali. Desde luego que nos encontramos y hablamos un largo rato. Se trata de un bogotano raizal, pero lo más alejado posible del estereotipo que persigue por todos los rincones del país al rolo coloquial.La charla transcurría con la normalidad del encuentro de dos antiguos compañeros de universidad. Hablamos de los tópicos usuales, y ocasionalmente de viejos conocidos comunes. Pero, como suele suceder hoy con toda conversación en que se encuentra incluido un habitante de la capital, la charla aterrizó muy pronto en el pandemonio de la movilidad y el tránsito bogotanos.Aportó mucho al tema un ingeniero que se encontraba con mi amigo. Sus historias sobre los trancones que se forman de manera súbita en cualquier parte, y que convierten en hora y media el trayecto para el cual se tenían previstos quince minutos. Se comentaron las confesiones de gentes sencillas que gastan 5 horas diarias movilizándose entre sus casas y sus sitios de trabajo. En fin, los dramas que todos conocemos.Pero la charla trascendió lo anecdótico. ¿Qué había sucedido para que la ordenada ciudad de hace 3 o 4 décadas se convirtiera en este atasco permanente? Tratamos algunas de las cosas que debieron hacerse hace 20 años y no se hicieron, pues es conocido que nada de lo que hoy sucede puede entenderse sin retrotraerse un buen espacio de tiempo. Primer error: haber fomentado la llegada de gentes de todo el país, dentro del esquema de un centralismo acaparador de oportunidades. Lo que ha debido comenzarse a desconcentrar hace 20 años, se quedó igual. Con la triste conclusión de que no es más importante una ciudad por tener una gran cantidad de gente que viva en ella, sin estándares de calidad.Fue grave el error de no haber comenzado a construir el Metro de Bogotá por la época en que Medellín hizo el suyo. Hoy existen propuestas de construir un Metro no por donde se debe hacer sino por donde se puede hacer, lo que no es ninguna solución. Las zonas urbanas se van volviendo demasiado costosas y la adquisición de los terrenos requeridos se vuelve imposible en la práctica.Obras lógicas, como la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), debieron comenzar hace 20 años y hoy serían un gran factor de descongestión del tránsito automotor que se ve obligado a atravesar la capital de sur a norte o viceversa, por zonas centrales. La ALO sigue sin construirse y la clase política de la capital parece estar decidida a no dejarla hacer.Tratamos estos temas en esta columna no solo porque quienes vivimos en Bogotá hace años guardamos gratos recuerdos de ella y nos preocupa de veras su deterioro. También lo hacemos para advertir que a Cali le puede suceder lo mismo dentro de 20 años, si no aplicamos soluciones razonables y lógicas en el diseño de la ciudad del futuro. Que los planificadores urbanos dejen de soñar con ciudades para ‘antiprogres’, en las cuales los corredores viales existentes se llenen de parques y se supriman por veleidades estéticas las antenas que nos comunican a todos por vía celular, a los ‘progres’ y a los ‘antiprogres’. Que se respeten el derecho de la gente a tener una comunicación tecnológica avanzada y el derecho a transportarse entre el norte y el sur por rutas expeditas y modernas.

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