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Lecciones

Dos hechos, uno explosivo y violento, y el otro sucedido en un...

9 de diciembre de 2013 Por: José Félix Escobar

Dos hechos, uno explosivo y violento, y el otro sucedido en un largo discurrir, han ocupado por estos días las primeras planas noticiosas. El primero ocurrió en Dallas, Estados Unidos, cuando hace cincuenta años un francotirador desquiciado acabó con la notable vida de John Kennedy. El otro también ocurrió en ese país: los consejos de los darwinistas económicos estrangularon a la industria automovilística norteamericana y condenaron a Detroit, su ciudad insignia, a una muerte lenta.Del crimen de Dallas surgieron muchas lecciones, algunas de las cuales fueron aprendidas y otras lamentablemente no. Después del asesinato de Kennedy varió por completo la sensación de confianza y tendió a desaparecer el desparpajo con el que las grandes figuras del poder y la fama se exhibían ante el público. Los países multiplicaron sin cesar los escuadrones de escoltas y expertos en seguridad.Las glamorosas carrozas y los coches descapotables pasaron de moda: aparecieron las caravanas de vehículos blindados, del mismo color, con vidrios polarizados, para hacer casi imposible determinar dónde va el personaje poderoso. No les falta razón: existen muchos deschavetados dispuestos a obtener un magnicidio. Ojalá la seguridad del Vaticano transmitiera este mensaje al bondadoso papa Francisco, quien por su naturaleza afable se está exponiendo al acto cruel de un nuevo Ali Agca.Los norteamericanos no aprovecharon del todo las lecciones de Dallas. ¿Puede alguien imaginar un suceso más grave en una democracia que eliminar a tiros al jefe de Estado? Lee Harvey Oswald mató a Kennedy con un viejo rifle adquirido por correspondencia. ¿Cómo es posible que Estados Unidos no se hubiera servido de ese nefasto crimen, ocurrido ya hace medio siglo, para controlar de manera eficaz la tenencia de armas de fuego en manos de los particulares? ¿Cuántos escolares y personas inocentes se habrían salvado?La crisis de la industria del automóvil comenzó en Estados Unidos a partir de 1960. Muchos expertos –de esos que solamente creen en la tiranía de los costos– promovieron la fuga de la industria de la que había sido su sede habitual, Detroit, hacia otras regiones y hacia otros países. Eran individuos sedientos de mano de obra barata. Por paradoja, un gigante de la industria automoviliaria, Henry Ford, dio a comienzos del siglo XX el paso contrario: aumentó los salarios de los trabajadores para que ellos también pudieran hacerse a un Ford modelo T.La lección del viejo Henry Ford no fue aprendida. La insaciable cacería de mano de obra barata repercutió en Detroit, antes la joya de la corona, hoy una ciudad en quiebra. Los malos consejeros nunca entendieron que los trabajadores norteamericanos (y de todas partes) necesitan tener buenos ingresos para poder consumir. Esos consejeros abrieron el mercado de su país a los carros provenientes de Asia y ya no parece haber manera de echar las cosas para atrás. Al menos, no por las buenas.* * *Si las encuestas dicen que Óscar Iván Zuluaga no ha pegado y a la gente le da jartera votar por Santos, ¿qué esperas, Vargas Lleras?

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