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La obsesión de repetir

Pocos norteamericanos dudarían en señalar que el único período presidencial de George...

5 de agosto de 2013 Por: José Félix Escobar

Pocos norteamericanos dudarían en señalar que el único período presidencial de George Bush, padre, fue mucho mejor que los dos de su vástago, el caótico George W. Bush. Entre nosotros los cuatrienios de Alberto Lleras Camargo, de Carlos Lleras Restrepo o de Virgilio Barco (sí, Barco) introdujeron cambios trascendentales en la marcha institucional del país, y así los recuerda la Historia. De todos modos la posibilidad de reelegir al presidente, tal como sucede en casi todas las democracias avanzadas, fue un avance en la modernización del país. ¿Por qué, entonces, la ambición de repetir cuatrienio se ha convertido en obsesión?Se trata, por supuesto, de una presión cortesana sobre el gobernante. Ese colectivo que llaman el “equipo de gobierno” disfruta mucho de las mieles del poder y no vacila en embarcar al líder en las aventuras reeleccionistas. Al fin y al cabo el desgaste mayor lo sufre el presidente. Ni siquiera los uribistas más recalcitrantes osarían comparar el primer período de Uribe (exitoso y pujante) con el segundo (apuntalado por Valencias Cossios y José Obdulios). Y ni para qué hablar de la gran equivocación del caudillo antioqueño, cuando se atrevió a continuar cabalgando el corcel por un tercer período...Según los resultados de las últimas encuestas, la posibilidad de que Santos sea reelegido es cada vez más remota. No vamos a citar datos de las grandes encuestadoras nacionales, porque nuestra clase política resolvió —sin razón aparente— etiquetarlas: si la agencia A dice esto, es para favorecer a aquel; si la agencia B arroja unos resultados, es porque les convienen a los otros. Asumimos como fuente un reciente Lectómetro de este diario, en el que al 77.7 % de los sondeados el gobierno de Santos les pareció regular o malo. Y ya estamos a menos de un año de las elecciones.No dudamos en afirmar que a Santos le tocó dirigir la difícil transición entre el desbocado nacional-antioqueñismo de Uribe Vélez y la marcha serena de una democracia madura. Esos aterrizajes suaves no suelen producir suficientes réditos políticos. Pero, a decir verdad, el talante de Santos y de su guardia de corps cachaca se ven cada día más alejados del país mayoritario, del que vive a menos de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, del que celebra exitosamente los Juegos Mundiales o se divierte a rabiar con la Feria de las Flores, del que trabaja sin descanso mientras nota que los recursos generados por su esfuerzo se los manejan en fríos burós capitalinos.Santos pareció no entender que mientras se desplazaba con lujosa comitiva entre Oxford y el Medio Oriente (algo absolutamente irrelevante para Colombia), el descontento afloraba en el Catatumbo, y le preparaban paros mineros y protestas cafeteras. Santos prefiere cuidarse de un catarro en cómoda casa bogotana, antes que inaugurar a riesgo de silbidos los excelentes Juegos Mundiales de Cali.Juan Manuel Santos Calderón debería ingresar a la Historia de Colombia sobre sus aciertos —no muchos pero sólidos— antes que caer en la tentación de un demoledor “vuelve y juega”.

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