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Gerentes o políticos

Jaime Castro comentó en un foro de televisión que Álex Vernot –el...

4 de enero de 2015 Por: José Félix Escobar

Jaime Castro comentó en un foro de televisión que Álex Vernot –el asesor y hombre de confianza de Gustavo Petro– recalcó una y otra vez que Petro es, ha sido y será un político, y que no se puede pretender que sea un gerente. El tema de si los encargados del manejo estatal deben ser aventajados políticos o competentes administradores está, por cierto, de moda. El economista francés Thomas Piketty acaba de dar un volantín espectacular y pasó de ser asesor del presidente socialista Francois Hollande a convertirse en su severo crítico. El motivo aducido: Piketty considera que la designación del pragmático Manuel Valls como primer ministro es una imperdonable concesión a las realidades del mercado. A Dilma Rousseff, recién posesionada para su segundo mandato, le está sucediendo algo parecido. Muchos de sus partidarios la critican con vehemencia porque ha confiado el manejo de la economía a Joaquim Levy, un economista serio, más amigo del manejo ortodoxo de las finanzas que de la demagogia. Gran parte del actual descrédito de las democracias occidentales radica en el hecho comprobable de que se accede al poder con un discurso más o menos populista, pero se tiene que gobernar con una praxis que reconozca la realidad de la economía de mercado. Entramos en el terreno de las promesas y los propósitos de campaña. Parece que a todos los electorados les gusta que los aspirantes a cargos públicos les ‘endulcen’ los oídos con propuestas que apuntan más a las emociones que a los razonamientos de los ciudadanos. Para algunos líderes, como el ex presidente francés Jacques Chirac, esta actitud es casi una ley de la política. Chirac dijo alguna vez, con inigualable sanfasón, que “las promesas electorales solo comprometen a quienes se las creen”. Hace un par de años el presidente español Mariano Rajoy respondió a quienes le encaraban por el notorio incumplimiento de su programa electoral: “No he cumplido con mis promesas, pero he cumplido con mi deber”. Curiosa acrobacia retórica, porque –hasta donde se sabe– el deber de los políticos es cumplir con sus promesas.En el caso de Gustavo Petro, han sido variadas las circunstancias políticas que hicieron posible su elección como alcalde de Bogotá y las que lograron que continuara en el cargo cuando se encontraba prácticamente fuera de él. Petro se alzó con la alcaldía de Bogotá con una votación muy precaria, 721.308 votos en una ciudad con 4.904.572 electores potenciales. La calle por la cual ingresó Petro fue abierta por la política Gina Parody, a quien todos los consejeros bien intencionados le advirtieron que no se lanzara a la alcaldía distrital pues su única posibilidad era arrebatar una votación importante a Enrique Peñalosa. Como en efecto sucedió. Hoy la mencionada señora es ministra del gabinete, confirmándose así la sentencia de Winston Churchill: “En política, a diferencia de en la guerra, uno puede morir muchas veces”. ¿Y por qué Gustavo Petro, el desastroso administrador distrital, sigue en el cargo? La respuesta hay que hallarla en la Casa de Nariño. Sin los balones de oxígeno que recibió desde lo más alto, Petro estaría afuera, y ya habría cesado su cadena de errores, provocaciones y desaciertos. ¿Un político o un gerente en el cargo? No hay que dudarlo: las ciudades colombianas necesitan excelentes administradores urbanos, sin importar su discurso, su pose o su retórica.

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