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Sucesión difícil

No era cosa fácil reemplazar en la Presidencia de la República a...

9 de diciembre de 2010 Por: Jorge Restrepo Potes

No era cosa fácil reemplazar en la Presidencia de la República a Álvaro Uribe Vélez pues el mandatario antioqueño había vendido -y bien vendida- a sus compatriotas la idea de que él era irreemplazable, y que únicamente si ese hipotético reemplazo se producía con uno de sus ad láteres, la Nación no sucumbiría en las manos de cualquier colombiano que anduviese por ahí a la espera de un vacío de poder a su salida de la Casa de Nariño.Yo mismo llegué a pensar que no era tarea fácil reemplazar a Uribe pues la oposición no era capaz de ganar la elección, y en la gente próxima a Uribe no veía el personaje con suficiente fuerza política para enfrentar el reto de la sucesión.Desde luego, uno intuía que el ex Mandatario tenía en mente varios nombres para darles su bendición. El más cercano a su corazón era Andrés Felipe Arias, por su empalagosa capacidad para rendirle pleitesía al amo. En segundo lugar aparecía Juan Manuel Santos, pero Uribe no le tenía confianza plena porque presentía que una vez elegido soltaría amarras con el jefe y se dedicaría a forjar su propia historia, introduciendo al gobierno un aire de independencia, intolerable para el uribismo desenfrenado.En realidad es asombrosa la independencia que ha mostrado Santos en estos cuatro meses de su Administración, al punto de que nadie es osado a recordar que proviene de las toldas uribistas. Desde el mismo 7 de agosto, Santos tiró línea y puso en ejecución un tratado de límites con su antecesor. Gracias, presidente Uribe, por los favores recibidos, pero a partir de hoy yo soy el Presidente, y serán míos los errores y los aciertos. Juzgo que el mismo Álvaro Uribe, que estaba sentado detrás del orador en las gradas del Capitolio, sintió que un sudor frío le corría por la espalda y sólo tuvo ánimo para reclamarle a Armandito Benedetti, presidente del Congreso, por algún párrafo de su discurso que no le gustó. Se le veía en la cara el desagrado y las ganas de largarse. Los días que siguieron fueron decisivos para mostrar el talante de estadista de Santos. Nombró excelente gabinete. Se reunió con las altas cortes. Invitó a Chávez a encontrarse con él en Santa Marta. Habló con Correa. Y la canciller Holguín se dio a la empresa de recomponer, con éxito, las relaciones con los gobiernos vecinos, Venezuela y Ecuador.A las pocas semanas expuso su espíritu liberal al presentar personalmente ante la Cámara de Representantes el proyecto de Ley de Víctimas, que con la de Tierras, la de primer empleo y la de reforma a las regalías, que de ser aprobadas como espera el país, cambiarán la sociedad colombiana actual por una más justa e incluyente.Naturalmente, Uribe regresó al país luego de su periplo docente por unas universidades extranjeras, para oponerse rabiosamente a esas iniciativas, pero el pueblo colombiano, ese mismo que el ex presidente dice amar tanto, se puso del lado de Santos y ahí están las encuestas que así lo pregonan, y los mismos uribistas recalcitrantes, tipo Juan Lozano, han tenido que tascar el freno pues saben que en vértice del poder hay un hombre con valor, con carácter, y con el corazón puesto en el futuro, el suyo y el de Colombia. Como si todo lo anterior no fuera bastante, el Gobierno ha puesto en marcha un ambicioso plan de desarrollo en el que con una inversión gigantesca se propone impulsar todos los frentes de la economía nacional para que el país salga de la pobreza que agobia a la mitad de su población.

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