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Madame Bovary

Muchacho de 4º bachillerato, entré colado al Teatro Metro de Bogotá -la...

1 de noviembre de 2012 Por: Jorge Restrepo Potes

Muchacho de 4º bachillerato, entré colado al Teatro Metro de Bogotá -la censura era para mayores de 21- a ver la película ‘Madame Bovary’, en la que actuaban la bella Jennifer Jones y los apuestos Louis Jourdan y Van Heflin.Era una cinta que causaba escozor a la pacata sociedad de entonces pues mostraba un drama pasional tremendo, con adulterio, sexo, suicidio y amores contrariados. Yo, como era obvio, quedé fascinado con la película y salí disparado a la Librería Mundial donde saqué los dos pesos que costaba la novela en que se basaba la película que acababa de ver. No tenía idea hasta ese momento de quién era Gustavo Flaubert, autor de la novela, pero me sentí ‘mayor’ cuando llegué al internado del Gimnasio Moderno con semejante libro que los curas tenían estigmatizado desde que fue publicado en 1857.En los recreos y después de hacer las tareas, devoré el texto que me dejó más deslumbrado que la película. Desde entonces, soy devoto de Flaubert pues con los años descubrí que este autor nacido en Ruan había escrito la perfecta novela, la más representativa de la literatura moderna, alegórica del Siglo XIX, con posterioridad a la Revolución Francesa.Flaubert publicó su creación máxima por entregas en una revista, entre el 1 de octubre de 1856 hasta el 15 de diciembre del mismo año. El libro completo apareció el año siguiente con gran escándalo, pues el clero metió el báculo para prohibirlo pero pudo más la opinión de la gente que vio en esa obra, una de las columnas fundamentales de la literatura francesa.El argumento hoy nos parece simple. Un médico de pueblo que acaba de enviudar conoce, por razón de su oficio, a una bella muchacha, hija de uno de sus pacientes, el señor Roualt. Ella, de nombre Emma, se casa con Carlos Bovary y se convierte en madame Bovary. Lectora asidua de novelas sentimentales, sueña con ser la gran dama y empieza a fantasear hasta que conoce a un abogado en ciernes -León Dipuis-, con el que inicia un romance con catre incluido. El hombre, como es usual en los lances de adulterio, saca la mano y Emma queda vuelta cisco hasta que encuentra otro ‘tinieblo’ -Rodolfo Boulanger- rico propietario con el que se horizontaliza en la finca de este, que también hace mutis por el foro y Emma cae en depresión, de la que sale cuando topa de nuevo con el abogado al salir de una ópera. Cuando los encuentros furtivos de Emma y León -todos los jueves en un hotel de Ruan- se vuelven aburridos para el mancebo, este la desahucia y la dama queda hecha polvo, para usar la palabra justa. Empieza a endeudarse y cuando ya no puede con los acreedores, sustrae arsénico de la botica de Homais y lo ingiere para tener una muerte atroz, dejando a su marido y su hijita Berta inconsolables. El médico muere al poco tiempo.Cualquiera diría, si no ha leído el libro, que es una historia truculenta, igual a las que se ven en las telenovelas y en los textos póstumos de Corín Tellado.Pero, argumento aparte, el libro es de una perfección tal que los lectores quedamos embelesados por la construcción idiomática -aún en la traducción al español- pues Flaubert era un artesano de las palabras y tardaba días y días hasta alcanzar el término preciso para redondear un párrafo. Mario Vargas Llosa ha escrito sobre esta obra un ensayo -‘La orgía perpetua’- que es una cátedra de alta literatura. El Nobel peruano cuenta que la ha leído seis veces. Yo dos y salga para la tercera.

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