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López de Mesa

No ha dado Colombia una personalidad tan excepcional como la de Luis...

29 de mayo de 2014 Por: Jorge Restrepo Potes

No ha dado Colombia una personalidad tan excepcional como la de Luis López de Mesa, que nacido en el poblado de Don Matías, en Antioquia, llegó a ocupar altas dignidades en el Gobierno, en la academia y en la política nacional. Telegrafista a los doce años, a punta de sacrificios se graduó de médico, y fue uno de los más prolíficos escritores de temas sociológicos y filosóficos que ha producido esta “esquina oceánica”, como él llamaba a nuestra patria. En mi biblioteca conservo – leídos - y eso no es sencillo porque usaba un castellano que a algunos parecía rebuscado, pues para él una cosa grande era “de magnitud cordillerana”. El libro de los apólogos; Introducción a la historia de Colombia; De como se ha formado la nación colombiana y Disertación sociológica, son los que tengo, todos ellos adquiridos en mis tiempos de estudiante de derecho, que leía entre clase y clase, y a veces en clase, si era aburrida como Minas y Petróleos, a la pérfida hora de las siete de la noche, dictada por el experto en la materia Juan C. Molina.Fue profesor de Medicina y Jurisprudencia en la Universidad Nacional, ministro de Educación y de Relaciones Exteriores, miembro de las academias de Medicina, Arte, Educación y Ciencias Naturales de Colombia y de varias similares del extranjero. También formó parte de la Dirección Liberal Nacional en una de las etapas duras del partido.El Profesor – título que todos le dábamos – vivía en su casa de la Carrera 13 No. 24-50 de Bogotá. Porque no soportaba invasión de su privacidad, nunca casó pues creía que el matrimonio desajustaba su programa vital. Como el Externado de Colombia funcionaba en la Carrera 16 No. 24-45, a solo unas pocas cuadras de la residencia del sabio, casi todos los días lo topaba cuando salía de la facultad al medio día o al caer de la tarde, pues a esas horas López de Mesa daba sus caminatas por la Carrera Séptima, que era la vía que yo utilizaba para llegar a la pensión.De lentes gruesos, con abrigo camel y el paso ligero pues siempre mantuvo esbelta figura con su bien cuidado bigote y el sombrero que usaban entonces los estadistas, prenda a la que le decían “sin desagüe” pues sus alas no se inclinaban para ningún lado, yo observaba admirado a esa cumbre de la inteligencia e imaginaba que iba absorto pensando en su teoría de que el hombre desciende de la sardina.Con mirada inquisidora de sus ojos vivos, el Profesor caminaba por los andenes de la Avenida de la República. Eventualmente se detenía cuando hallaba algún conocido pero después de rápido saludo seguía la marcha. Nunca supe el destino de esos recorridos, imponente con su elevada estatura que se desplazaba con elegancia y que más parecía un inglés que un ciudadano nacido en un perdido pueblo antioqueño. Era difícil imaginar la agreste montaña detrás de su figura de prócer. Y menos cuando uno le escuchaba disertar sobre Hegel y Santo Tomás, o sobre Carlos Marx y Jesucristo.Los colombianos, para quienes “chiflado” es todo aquel que sobrepasa el nivel de las medianías, no entendieron jamás al personaje que era este compatriota, que ya lo quisieran para ellas las universidades europeas. Pero eso no fue obstáculo para que López de Mesa amara a Colombia, sobre la que dejó profundos y trascendentales escritos que vale la pena leer o releer pues en ellos está la explicación de lo que somos, y la más importante, la de por qué somos así.

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