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Todas las instituciones colombianas están cayendo en picada. Ya nadie cree en ninguna de ellas pues todas hacen grandes esfuerzos para lograr mayor desprestigio.

5 de agosto de 2020 Por: Jorge Restrepo Potes

Todas las instituciones colombianas están cayendo en picada. Ya nadie cree en ninguna de ellas pues todas hacen grandes esfuerzos para lograr mayor desprestigio.

Coja usted la Justicia, que siempre ha cojeado y pocas veces llegado, y cuando creíamos que ya no tenía cómo descender más, aparece ‘el cartel de la toga’, con magistrados de la Corte Suprema de Justicia -CSJ- que venden sentencias o engavetan procesos a cambio de sumas millonarias.
Esos togados le han enviado a la juventud, sobre todo a los estudiantes de derecho, un mensaje desconsolador, pues miran con horror su futuro al dudar de la integridad de los jueces ante los cuales tendrán que ejercer su profesión.

Coja usted las Fuerzas Militares y de Policía, que luego de que Colombia logró despolitizarlas, se convirtieron en cuerpos que gozaban de alta estima. Hoy nadie cree en ellos pues muchos de sus miembros están incursos en delitos surtidos, como abusos sexuales con menores de edad, tal el atroz cometido en la niña embera, criminales cuyos defensores ya están haciendo leguleyadas para evitarles el condigno castigo.

Coja usted la presidencia de la República, con un presidente al que le obsequiaron el cargo y que a dos años de su posesión pareciese que no ha encontrado la brújula para orientarse, y que se escuda en la pandemia para hacernos creer que esa es su tarea exclusiva.

Y coja usted, por último, las corporaciones de elección popular. No hablemos de concejos y asambleas departamentales cuyo desprestigio viene de años atrás. Es el Congreso Nacional el que hace agua por todos los costados, y sus miembros, en vez de achicar para no irse a pique dan la sensación de que más agua le meten.

No conozco al senador Arturo Char, pero desde luego sé que acaba de ser elegido presidente de la alta cámara. Yo que por costumbre me entero de lo que hacen representantes y senadores, no he podido ubicar a Char, porque jamás habla en las plenarias, no ha presentado un proyecto importante, no interviene en los debates de control político, por lo que es un cero a la izquierda, o a la derecha, que es a donde fue a parar su partido Cambio Radical.

Cuando empezó la sonajera para elegir presidente del Senado, traté inútilmente de localizar a Char en su curul, casi siempre vacía porque es el campeón del ausentismo, que disimula con certificados médicos de sus permanentes maluqueras, 149 en esta legislatura.

Desde luego, también sabemos que pertenece al imperio de la Casa Char, amo y señor de los votos de los siete departamentos de la Costa Caribe, cuyos principales actores fueron denunciados por Aída Merlano, que implicó, con nombre propio, al ahora presidente del Senado, y por ende del Congreso, tercero en la línea de sucesión presidencial, después de la vicepresidenta.

El país protestó ante esa posibilidad y no fue escuchado. Pudieron más los turbios hilos que mueven la tramoya de la política colombiana, que da asco, pues eso que alegan algunos de que hay que respetar unos pactos, no es de buen recibo. Si ese cargo corresponde al grupo del camaleónico Vargas Lleras, han podido escoger a otro menos cuestionado, y sin investigación en la CSJ.

Y después los despistados preguntan por qué el pueblo no cree en las instituciones. Fácil respuesta: porque todas hieden y no a ámbar, como le dijo Don Quijote a su escudero. Sólo nos falta que nos pongan a Alex Char, otro ‘buen muchacho’, de presidente.

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