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Gremios y política

Carlos Lleras Restrepo, jefe único del liberalismo en 1973, en una de esas rabietas suyas le dio por convocar con un año de anticipación a la convención del Partido a fin de que se escogiera candidato para la elección presidencial del año siguiente.

9 de octubre de 2019 Por: Jorge Restrepo Potes

Carlos Lleras Restrepo, jefe único del liberalismo en 1973, en una de esas rabietas suyas le dio por convocar con un año de anticipación a la convención del Partido a fin de que se escogiera candidato para la elección presidencial del año siguiente, en la que Lleras pretendía ser reelegido. Asistí al convite en mi condición de ex senador, y por eso fui testigo de la humillación que sufrió el recio líder cuando los partidarios de Alfonso López Michelsen le impidieron hablar, pues todos a una – Ramiro Andrade entre ellos – utilizaron pitos con sonido de patos que ahogaban la voz del orador: cuác, cuác, cuác.

Germán Zea Hernández que había sido llerista hasta cuando Lleras lo sacó de la cancillería por exigencia del papa Pablo VI, que condicionó su venida a Colombia al cambio de ministro de Relaciones Exteriores porque Zea era defensor de la píldora anticonceptiva. Esa renuncia forzada lo llevó a detestar a su antiguo jefe, y por eso, tras bastidores, en nombre de López pactó con Julio César Turbay, a la sazón embajador en Londres, que si los convencionistas turbayistas apoyaban a López, este le pondría la fuerza de su gobierno para que alcanzara la presidencia en 1978.

Naturalmente, el fastidio de Lleras por López continuó hasta la muerte de aquel en 1994. Para mí, Carlos Lleras con Uribe Uribe y Gaitán son los más ilustres jefes liberales del Siglo XX.

Se vino encima la campaña presidencial en la que López enfrentaba a Álvaro Gómez, del Partido Conservador, y a María Eugenia Rojas, de Anapo. Como quien dice, la cosa estaba peliaguda para el ‘Pollo’ rojo.

Una tarde llegó a mi oficina de la dirección ejecutiva de la Sociedad de Agricultores y Ganaderos del Valle una comisión de dirigentes liberales de Tuluá con una carta dirigida a Lleras, muy bien redactada por Fernán Muñoz Jiménez, en la que se le pedía al caudillo que ante el peligro de un triunfo de Gómez, ‘coco’ de los liberales, saliera a las plazas a apoyar la candidatura de López, y me solicitaron que firmara yo el primero. Así lo hice, sabiendo que sería respondida negativamente. Nos mandó al carajo con cierta diplomacia.

A los pocos días, Édgar Materón, único liberal en la junta de la SAG, amigo mío de toda la vida, se acercó con cara de circunstancia a decirme que varios integrantes de la directiva estaban molestos por mi firma en la carta, porque si bien era a título personal, esa rúbrica comprometía al gremio, ‘la orden del bramadero’, como la bautizó Alfonso Bonilla Aragón. Pasé renuncia, que no fue aceptada.

Hoy los gremios son actores principales de la escena política. Ahí está el caso aberrante de la Federación Nacional de Ganaderos -Fedegán-, con su presidente José Vicente Lafaurie, que fue una especie de jefe de campaña de Duque, y ahí está el Consejo Gremial Nacional que apoyó descaradamente esa candidatura, y ahora se duele de los pésimos resultados del pupilo y de su ministro de Defensa, que fue hasta el día de su posesión conspicuo miembro de esa asociación de exquisita derecha, como presidente de Fenalco.

Los gremios a lo suyo, es decir, a propender para que a los afiliados de cada uno de ellos les vaya bien en los negocios, y que hagan el ‘lobby’ en el Congreso para que las leyes tributarias no les pisen sus primorosos callos.

La política que la dejen a los políticos, y si estos no les marchan, tienen los recursos para hacerlos marchar con el orden del ejército nazi. ¡Heil,Uribe!

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